Moda

Los mejores zapatos del mundo

Tradición familiar. John Hunter Lobb es el tataranieto del zapatero fundador de la marca hace 148 años.

Hace 148 años que Jonathan Lobb abrió tienda en Londres. Su tataranieto asegura que hoy se trabaja como entonces: «Es fundamental contar con buenos materiales y, sobre todo, enseñar el oficio a los jóvenes. Cogemos cuatro aprendices cada tres o cuatro años».
Esta historia arranca con un zapatero prodigioso. Un zapatero cojo, para más señas. Un dato en cierto modo chocante, como si los zapatos se hicieran con los pies. Esta historia arranca a mediados del siglo XIX, cuando ese joven llamado Jonathan Lobb llegó caminando a Londres apoyado en un bastón para dejar atrás una granja familiar en Cornwall que ya no garantizaba la supervivencia. Pero las cosas tampoco eran fáciles en el Londres de Oliver Twist. Al no encontrar las oportunidades esperadas, el joven Lobb emigró a Australia, donde aprendió a hacer botas para los mineros. Abrió su taller en 1849 y demostró que era capaz de ofrecer buena calidad pero también algo diferente y útil: dejó hueco el tacón de las botas, de forma que los mineros pudieran meter el oro que encontraban y seguir trabajando. Su buen hacer le valió el reconocimiento en la Exposición Universal de Londres de 1862.
Con la experiencia ganada regresó a la capital británica en 1866 y abrió su propio negocio en Regent Street. En pocos años, el príncipe de Gales, futuro Eduardo VII, árbitro de la elegancia de su tiempo, le hizo zapatero real. Comenzó así el prestigio de la saga más antigua en activo consagrada al arte de hacer zapatos artesanales a medida. «Ese fue mi tatarabuelo, el fundador. Yo soy la sexta generación, estoy al frente del negocio desde que murió mi tío, en 1993», explica John Hunter Lobb. Es la hora del té en el número 9 de St James’s Street, una cita a la que jamás falla en la sede de la firma. «Si quiere acompañarme», me indica mientras me acerca una taza. Y así, con este ritual tan británico, comienza la conversación.
John Hunter Lobb va desgranando la historia de la casa y la suya propia con la tetera como testigo. Si Lewis Carroll hizo que Alicia tomara el té con un sombrerero, compartirlo con un zapatero como este es un privilegio imborrable. No muy lejos de la tetera se encuentra, apoyado en la pared, el bastón de su tatarabuelo. Más allá hay unos zapatos a medio hacer, cajas por enviar, libros, hormas… Dos insignias le acreditan como proveedor real, una concedida por el duque de Edimburgo y otra por el príncipe de Gales. Los escudos del marido y del primogénito de la reina resaltan aún más lo austero de este pequeño despacho al que cada tarde acude en metro. «Es la forma más práctica de moverse por Londres», afirma quien nació en la ciudad hace 73 años y no muestra intención inmediata de jubilarse. Su vida parece indisolublemente unida a este oficio y a este espacio encantadoramente anacrónico. «Creo que a nuestros clientes les gusta así», confiesa. Y no solo a ellos. La revista Esquire la proclamó hace años «la tienda más bella del mundo».
La estancia está en el primer piso, en unas pequeñas dependencias administrativas. Allí trabaja su secretaria, Charo, madrileña afable y diligente. La planta baja acoge una gran sala como anclada en otra época donde se exponen vitrinas con modelos de zapatos, cuadros, una silla de montar para probarse botas, piezas de piel, olor a cola y documentos que dan idea de la formidable historia de esta zapatería sin igual. Un polvillo blanco todo lo envuelve y acrecienta la sensación de cierto abandono, impregna la estancia de ese aspecto de los viejos desvanes. «Esto se limpia a diario», me aclara Charo, «el polvillo se desprende al hacer las hormas de los zapatos, al lijar la madera».
La verdadera alma de todo esto se encuentra en el sótano, al que se accede por unas escaleras donde se apilan cajas color vino. En ellas hay zapatos nuevos o reparaciones. Es curioso observar los nombres de los destinatarios. Algún que otro apellido español de poderío fácilmente identificable. En otros se adivinan aristócratas, jeques, millonarios rusos, desconocidos… ¿Cuáles serán sus historias? El sótano guarda la sala de hormas más famosa del mundo. Atesora los moldes de madera de haya que sirvieron para hacer zapatos a medida de hombres que dejaron huella. La reina Victoria, Guillermo Marconi, Enrico Caruso, Frank Sinatra, Bernard Shaw, Cole Porter, Harold MacMillan, Fred Astaire, Laurence Olivier, Andy Warhol… Junto a este trozo de historia en forma de miles de pies tallados en madera, una decena de artesanos trabaja como hace 150 años. Hay algo mágico, una atmósfera que trasciende el hecho de ser un sitio destinado a hacer zapatos y que escapa de una época concreta. Como si ese polvillo de haya llevara impregnado algo de todas esas almas. En medio de estas reflexiones, descubro un dato sorprendente. Esta dirección acogió los apartamentos de soltero de Lord Byron. Otro cojo ilustre, dicho sea de paso.
PREGUNTA. ¿Si ahora entrara su tatarabuelo por la puerta a recuperar su bastón, qué encontraría de diferente?
RESPUESTA. No mucho, la verdad. Los ordenadores, los teléfonos. Pero la forma de hacer zapatos es prácticamente la misma. Mi principal misión es mantener la calidad del trabajo artesanal, conservar la esencia del hecho a medida. Para ello es fundamental contar con buenos materiales y, sobre todo, enseñar el oficio a los jóvenes. Cogemos cuatro aprendices cada tres o cuatro años. Desde hace dos, por cierto, tenemos con nosotros a un joven español.
P. ¿Recuerda su primera experiencia con unos zapatos?
R. En 1959. Aprendía a hacer hormas, pero solo por unos meses. Al poco tiempo, mi padre me envió a Grenoble a aprender francés. En esa época teníamos taller en París y a mi padre le gustaba mucho el país, así que estuve allí una temporada. De regreso a Londres enseguida me encomendaron otras tareas, como trabajar con clientes, viajar… Realmente nunca alcancé la maestría de los artesanos zapateros.
El actual patriarca de la saga es la antítesis de una estrella de la moda. Su aspecto es el de un pastor protestante consagrado a sus fieles más que el de un hombre que se codea con personas de dinero y poder. Transmite bondad, sí, ese sería su rasgo más distintivo. Es afable, parco en palabras y muy reservado. «Siento no poder ayudarla, pero nunca hablo de mis clientes», repite varias veces.
P. Al menos me podrá decir cómo han evolucionado en número y cómo ve el futuro.
R. En 50 años yo diría que ha bajado un poco, pero muy poco. Nunca facilitamos cifras de los pares que hacemos, para nosotros es un dato poco significativo. Lo importante es que siga existiendo demanda y jóvenes que quieran aprender el oficio. La continuidad creo que está asegurada. Soy afortunado, tengo tres hijos y dos sobrinos que trabajan conmigo. Mientras podamos vivir dignamente ofreciendo un producto del que sentirnos orgullosos, seguiremos aquí.
Sobriedad. John Hunter Lobb, de 73 años, a la entrada de la tienda de St James's Street, en Londres.

Sobriedad. John Hunter Lobb, de 73 años, a la entrada de la tienda de St James’s Street, en Londres.
P. ¿Cuántas horas de trabajo lleva un par de zapatos?
R. Ni más ni menos que las de siempre. Depende del tipo de encargo, de si el artesano es muy perfeccionista. Es difícil de concretar.
P. ¿Y cuánto espera un cliente para recibir su encargo?
R. Seis meses para tener listo el primer par, porque tenemos que hacer la horma. Para los siguientes, tres o cuatro.
P. Parece mucho en la era donde triunfa lo instantáneo. ¿La gente tiene tanta paciencia como antaño?
R. Bueno, tienen que tenerla. Hay gente que viene a Londres y piensa que se puede llevar un par de zapatos en una semana, y tal vez se va decepcionada. Pero, en general, nuestros clientes son muy pacientes, saben a lo que vienen. Hay una regla de oro: no se debe meter prisa a alguien que trabaja con sus manos y quiere hacer bien las cosas. Es algo que hay que respetar.
P. ¿Cómo ha evolucionado esa clientela? Insiste en que no le gusta hablar de ellos, pero he visto en los encargos toda clase de apellidos…
R. Sí, ha cambiado muchísimo. En Londres convergen personas de todo el mundo, creo que estamos en el lugar adecuado. Es cierto, los nombres que se ven en nuestros encargos de hoy no tienen nada que ver con los de antes. Hemos pasado de los Smith y los James a nombres realmente impronunciables, a clientes de países que nos cuesta situar en un mapa.
P. Una parte importante de su negocio es viajar al extranjero: EEUU, Hong Kong, Alemania… ¿Desde cuándo?
R. Desde después de la II Guerra Mundial. Fueron tiempos difíciles, nuestra tienda fue bombardeada siete veces. Aunque vino la paz, las cosas no estaban demasiado bien en Europa. Mi tío vio una oportunidad y una necesidad en ir a EEUU. Hoy tenemos muy buenos clientes allí. Recuerdo aquella época en la que íbamos en barco, en el Queen Mary, en elQueen Elizabeth, con las pieles, los encargos, los modelos de botas y zapatos. Ahora todo eso se hace en avión, no tiene nada que ver. Es uno de mis hijos quien hace los viajes.
P. ¿Hay diferencias entre el cliente de Londres y el resto?
R. Cada cliente es un individuo, no se puede ni se debe generalizar. Lo importante es que cada uno de ellos quede satisfecho. Esa es la esencia del hecho a medida, nos debemos a eso. No importa si hacemos un zapato para un rey o para una persona que lleva tiempo ahorrando para tener un par especial.
P. El hecho de ser proveedores reales es un gran aval…
R. Creo que a la familia real le gustan las cosas bien hechas y que duren mucho tiempo, en ese sentido son muy buenos embajadores, no cabe duda.
P. A veces se piensa que su clientela está formada mayoritariamente por personas de cierta edad: el duque de Edimburgo, el príncipe Carlos…
R. Sí tenemos clientes jóvenes, aunque no excesivamente. Suele ser gente establecida en sus carreras. Antes los padres traían a sus hijos a hacerse su primer par cuando cumplían 21 años. Ahora es diferente. Pero sí tenemos gente joven.
P. ¿Qué consejos le da a un joven que viene a encargarse su primer par de zapatos?
R. Nunca doy consejos, trato de hacer exactamente lo que quieren o me piden. Estamos aquí para hacer lo que los clientes solicitan de la mejor manera que sabemos.
Botas Greenly. De piel de becerro. Precio: 7.100 euros.

P. He visto que han entrado dos jóvenes en zapatillas de deporte. Algunos líderes de la nueva economía como Bill Gates, Steve Jobs o Zuckerberg han inaugurado una clase dirigente que viste informalmente. ¿Qué piensa de ellos?
R. Necesitamos gente como ellos que cree riqueza y que permita que otras personas se gasten dinero en hacerse unos zapatos a medida si es su deseo. Por lo demás, pienso que van muy cómodos. No les veo con ojos de zapatero, para mí es esencial la libertad individual y eso está por encima de modas y zapatos.
Ha terminado el té y la conversación. John Lobb, su sobrino, séptima generación de la saga y el único que porta el mítico nombre, entra en el despacho. En zapatillas, por cierto. Es la hora del cierre. No lleva bastón sino una bicicleta plegable. Luce un chaleco reflectante con un escudo de la Xunta de Galicia. «He estudiado con una beca Erasmus en la Universidad de Santiago», dice en más que correcto español. Recién concluidos los estudios, se ha incorporado satisfecho al negocio familiar: «Es lo que siempre quise hacer». La vida sigue ahí fuera y esta estirpe perseverante renueva una vez más su savia.

Por qué los mejores

La realización de un par requiere 190 pasos. Se traman medidas de ambos pies. Cada trozo de piel (de diferentes tipos de primera calidad, incluido el cocodrilo) se corta según la función que cumplirá; los más flexibles, para el empeine. Se cosen a mano y se incorpora la suela de piel. Las hormas que se introducen en los zapatos para que no se deformen se realizan igualmente a medida en madera de caoba. La firma se encarga del mantenimiento.

Hay dos John Lobb

A principios del siglo XX, la familia abrió taller en París y continuó con la tienda hasta 1974, cuando la vendió a Hermès. La firma francesa adquirió, además, los derechos de uso del nombre John Lobb como marca de zapatos ready to wear. El único establecimiento en manos de los fundadores hoy es el de St James’s Street, que solo realiza calzado a medida. Sus precios arrancan en 3.200 libras (3.900 euros). Las confusiones entre ambas casas son continuas, las lógicas derivadas de usar casi el mismo nombre: John Lobb Ltd en Londres y John Lobb SA la del grupo francés. Para aumentar la confusión, Hermès ofrece a través de John Lobb zapatos a medida hechos en Inglaterra.
Más información. www.johnlobbltd.co.uk

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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