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Adiós Austral por Mariano Wullich

Austral Líneas Aéreas  Solo quedará volando en la memoria

 Que Austral deje de ser una línea aérea duele desde la Patagonia hasta  la “terracita” de Aeroparque. Donde muchos soñaban, como quien se  “rateaba” al colegio y con una Coca chica que duraba una mañana, veía despegar toda la pasión de la aviación. Allí, a los aviones, parecía que se los podía tocar.
Ahora se va Austral. Sí, claro que hace años no es la misma, pero duele igual. Las páginas de negocios y el Gobierno dirán por qué no va más. No importará, y puede que esté bien recordar que la compañía fue fundada por los Braun, los Menéndez y los Reynal. Que fue una maravilla de la aviación privada, comandada por William Reynal.
Más allá de las idas y vueltas, de estatizaciones y privatizaciones, sus accionistas o bancos prestamistas, el colorado y negro con el pingüino en su timón vibra con aquellos motores de su primer avión, el Curtiss C-46, de tren convencional y que concluyó su historia en Austral como carguero.
Otro,  el que realizó el trágico vuelo inaugural a Camet (Mar del Plata) y del que sobrevivió solamente el ingeniero Roberto Servente.
Venía la época en la que el buen gusto se destacaba mundialmente y Austral no desentonaba en nada ante compañías como Braniff, con sus máquinas de colores que pintaba Calder, y auspiciaban los longs plays de Mau Mau.  Mientras, Austral hacía convenios nada menos que con Pan Am.
El comedor de Aeroparque, el edificio decó y aquel carrito de fiambres para quienes almorzaban antes de embarcarse recuerdan los rugidos de Austral a unos metros, con el DC-6 y los tres aviones turbohélices japoneses: YS-11.
Volar era un placer. Viajes cortos con sándwiches de miga, los largos con lomos a la pimienta o una pechuga al limón, y siempre una azafata sonriente con whisky, vino y champagne.
Como imitando a Braniff vino la época de colores con aviones pintados en degradé. Entonces, las azafatas con la moda de Miss Nell: polleras con otro degradé que acortaba y acompañaba el invento de Sol Jet.
Claro que Austral hace tiempo había entrado en la era jet con uno de los aviones más fuertes del cielo, el Bac One Eleven (BAC1-11, en sus versiones 400 y 500) y su fantástica figura con los dos motores Rolls Royce en la cola y su timón en T. Y allí se entremezclan otros pilotos de la historia, como el elegante Gonzalo Gil, quien trajo algunas máquinas desde Londres y  aquí, en la Argentina, volaba a menudo con su hijo en las faldas. No  pasaba nada, eran cracks.
Las oficinas en la Gran Vía del Norte (avenida Santa Fe, altura Suipacha). Y allí, en Aeroparque, Austral se empoderaba hasta en el pre embarque.
Volar era todo un programa, porque más allá de la terracita, de las espléndidas azafatas y de aquellos auxiliares que arreglaban todo, esperaban las cabeceras 13 y 31. Era entonces cuando Austral lograba que en las colas de sus aviones, hasta los pingüinos volaran.

Mariano Francisco Wullich

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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