La belleza de la imperfección
06/07/2014
Hacer una mesa libro o de comedor, el diseño más significativo de Arkaia, es un proceso meticuloso que requiere entre 40 y 45 horas de trabajo.
Buscan por el mundo esos troncos que nadie quiere. Los más singulares, aquellos que se diferencian del resto y tienen nudos y buenas y resistentes vetas que reflejan la vida del árbol. La madera especial se convierte en sus manos en lienzos en blanco, una materia prima que les sirve para crear sus mesas, espectaculares piezas únicas. En Vitoria, alejados de los circuitos tradicionales del diseño, pero en una zona del país en la que se mantienen vivas tradiciones de profundas raíces, los empresarios José Patricio Álvarez de Arkaya (17 de marzo de 1934) y su hijo Diego (31 de enero de 1965), ambos oriundos de la capital alavesa, idean mesas de cuidada belleza con el nombre de Arkaia. Entendiendo la propia naturaleza de cada tronco, conciben un mobiliario pulcro y sencillamente bello.
La historia de esta firma familiar arranca en 1963, «el año en que mis padres abrieron Mosel, una tienda de muebles en Vitoria», recuerda Diego, quien hoy se encarga de la parte creativa del negocio y participa en las labores de marketing de la empresa junto a una de sus hermanas. Corrían los años 60 y en el primer establecimiento que regentó el matrimonio, en una España todavía cerrada al exterior, se vendían diseños de mobiliario y lámparas con el sello italiano y nórdico, que causaban furor fuera de nuestras fronteras. En 1972, el patriarca dio el salto a Bilbao y abrió una sucursal de Mosel, hoy convertida en una icónica tienda en la Gran Vía. El proyecto se encargó a la arquitecta milanesa Cina Boeri y su colega, Pierluigi Cerri, consiguió hacerlo brillar gracias al gran rótulo de neón que concibió para la fachada. Diego recuerda que en su origen era «tan futurista que imponía. Observamos que cuando personalidades de la época, como José Ángel Sánchez Asiaín, entonces presidente del Banco Bilbao Vizcaya, entraba al local, bajaba el tono de voz. Decidimos reformarlo para popularizarlo».
El nuevo showroom de Mosel se convirtió en un símbolo de modernidad y en una de las tiendas más reconocidas de Europa. «Paco de Lucía estuvo en su inauguración», anota Diego sobre el establecimiento, que funcionó como «un trampolín que ayudó a la familia a descubrir nuevos productos así como a salir más al extranjero, a pesar de las dificultades que todavía había para importar». Las escapadas a las ferias de Milán y Copenhague acompañando a su padre alimentaron el amor de un adolescente Diego por el diseño, quien ya desde la infancia bebía de referentes estéticos incluso en su propia casa. «La nuestra tenía una distribución moderna para la época: sin pasillo y sin apenas puertas. Me crié pensando que el jarrón de Alvar Aalto o la silla Nº 7 de Arne Jacobsen eran piezas de mobiliario cotidianas en cualquier hogar». Una licenciatura en Marketing y Comunicaciones en la Universidad de St. Thomas de Miami y la tesis final en Benetton («el mayor fenómeno de comunicación del momento») fue la formación académica que le preparó antes de incorporarse a colaborar en la empresa, mano a mano junto a su padre.
Únicos
La filosofía de Mosel apostaba (y apuesta) porque las casas no tienen que estar amuebladas con piezas procedentes de la misma firma. «Buscábamos que los interiores reflejaran la personalidad de cada uno, satisficieran sus necesidades y se diferenciaran. Pronto nos dimos cuenta de que a nuestros clientes lo que más les atraía eran las cosas que hacíamos nosotros», explica Diego. Así, en 1975 alquilaron un pequeño taller y lo llamaron Arkaia. El local propio llegó en 1999. Allí comenzaron a crear objetos a medida para completar el interiorismo que ofrecían los catálogos de vanguardia que se vendían en las tiendas. En 2012, para darles valor, deciden firmar y numerar sus creaciones más especiales. Estas siguen la premisa minimalista que proclama José Patricio: «Mies van der Rohe hablaba del menos es más. Yo digo que una cosa es buena si no se le puede quitar nada».
Su taller es un espacio de 600 m2, un lugar impermeable a la velocidad de la era digital en el que se apilan tablones y troncos que conviven con herramientas desgastadas por el uso y modernas maquinarias de precisión. Allí, manos artesanas acarician los tablones lijados hasta alcanzar la perfección. Diego observa y apunta: «Hay que tocar las piezas con los ojos cerrados y notar que es súper agradable. Al hacerlo, se siente la forma del árbol, con unas partes más gruesas y otras más delgadas».
Maestros. Sentado, José Patricio Álvares de Arkaya, 80 años, y su hijo Diego, 49 años, creadores de las mesas.
Este proceso manual singulariza lo que la producción industrial desdeña. Los troncos de donde se obtienen las mesas de Arkaia no son los más adecuados para la fabricación en serie, pero sí los idóneos para las creaciones únicas que Álvarez de Arkaya firma. La acción de tormentas, enfermedades, vendavales o sequías son determinantes para forjar la historia de cada tablón. «Buscamos sacar la esencia de los árboles. Un ejemplar antiguo tiene nudos e irregularidades, sus anillos anuales, así como distintas tonalidades que reflejan que ha tenido una vida tranquila en un bosque o más complicada en una montaña, o si ha sufrido una enfermedad o una sequía. Narra su vida y nosotros queremos que se refleje y dote de identidad a la mesa», explica Diego.
En el almacén se da cobijo a maderas macizas. Las procedentes de un mismo tronco se guardan juntas y ordenadas. «Las más sofisticadas de antaño, como el ébano o el palosanto, están prohibidas hoy y son imposibles de adquirir», aclara Diego. Al igual que su padre, siente debilidad por el nogal europeo. Para José Patricio, «es un árbol cotizado por su estética, por su trazo fácil y por su escasez». El precio de un tronco de más de 100 años oscila entre los 6.000 y los 9.000 euros, «pero hemos llegado a pagar 12.000», reconoce Diego. En su búsqueda por encontrar nogales únicos tienen un duro competidor: los fabricantes de rifles que, al igual que Arkaia, atesoran los troncos más excepcionales del mercado para labrar las culatas de las armas.
Dentro de su nave también se apilan maderas de pinotea, un tipo de pino con el que se hacían los suelos de las casas antiguas. Hoy la intervención humana ha arrasado la mayoría de los bosques norteamericanos por el uso intensivo que se hizo de ella en la construcción de viviendas. La vía para conseguir este tesoro es a través de derrumbes de construcciones. «En nuestras mesas les damos una nueva función y una nueva vida», cuenta Diego. Al diseñador también le gusta utilizar la teca, especialmente la birmana «ya que puede usarse durante 1.000 años. Con ella, nuestra idea es producir piezas de herencia».
La perfección en Arkaia no es una aspiración, es una realidad. En sus manos, los toscos troncos se convierten en un material dúctil, maleable. Cuando entra un tablón en el taller se examina minuciosamente. Los ojos expertos van directos a buscar algún tipo de defecto, como marcas o grietas, que su pericia convierte en virtudes de la futura pieza. Después, el trazo seguro del patriarca entra en escena. Patricio usa tiza para hacer las indicaciones de los procesos que se deben realizar y dónde se debe cortar. Marcado, el tablón, pasa a los artesanos que lo trabajan hasta convertirlo en una mesa firmada y numerada. Elvira Álvarez Mezquiriz, presidenta de Bodegas Vega Sicilia; Anton Iraculis, dueño de la cadena de hoteles Silken y del grupo inmobiliario Urvasco; Pablo Laso, entrenador de baloncesto del Real Madrid, o los actores Antonio Resines y José Sacristán son algunos de los personajes que han sido seducidos por la exclusividad de las mesas de Arkaia y han adquirido una.
El libro, su «hit»
Hacer una mesa libro o de comedor, su diseño más significativo, es un proceso meticuloso que requiere entre 40 y 45 horas de trabajo. El modelo demanda el uso de dos tablas procedentes del mismo tronco «algo que nos obliga a comprar el árbol entero para que las dos partes sean simétricas. Los tablones contiguos crean una simetría muy estética que aporta mucha información sobre la vida del árbol». Se unen con tximeletas, una técnica artesanal para juntar la madera que se remonta al siglo XIII a.C. «Su función en nuestras tapas es unir tablones o las grietas de viejos árboles con historia y evitar que continúen abriéndose». Un diseño de 2,65×100 cm tiene un precio de 5.900 euros y el de un modelo más sencillo, como una coffee table de centro realizada con una sola pieza de castaño, ronda los 1.720 euros. Desde que el cliente lo solicita hasta que lo recibe transcurren ocho semanas. El pedido, desmontado y con las instrucciones, llega en una caja de madera.
Tablones marcados. El patriarca usa una tiza para indicar los procesos que hay que seguir y dónde cortar.
Arkaia tiene una facturación anual de unos 1,4 millones de euros que se reparte en tres líneas de actuación: proyectos con paneles y muebles de encargo y a medida, los trabajos en pequeñas series y las piezas únicas, que son como obras de poesía en madera. Hacer estas últimas requiere concentración plena. «Cuando elegimos un tronco hace falta atención para ver qué se puede hacer, qué funciones se pueden sacar y cómo vamos a hacer para que no pierda su identidad», reflexiona Diego.
Para restaurar las tablas, los artesanos han ensayado hasta dar con las soluciones técnicas necesarias. Así idearon konikoa, un sistema desarrollado en el taller para cerrar las imperfecciones que encuentran en viejos árboles de teca, castaños, nogales o para casos como la madera de pinotea, que por haber sido usada en construcción tiene muescas creadas por clavos o tornillos que se deben cerrar. Su proceso es complejo y laborioso y consiste en crear conos de diferentes medidas que se injertan en el tablón hasta rellenar el agujero. Otras veces, requieren coser las piezas con técnicas ebanistas y usan erreka (arroyo en euskera), es decir, «una especie de costura que se realiza con palitos de la propia madera o de otra que contraste y realce el tablón», aclara Diego.
La técnica y el mimo que ponen en sus creaciones han llamado la atención de grandes como Giorgio Armani. Una de sus piezas únicas estuvo expuesta durante la Semana del Diseño de Milán de 2013 en el stand de cocinas de Armani-Dada. Una presentación a lo grande en la que aprendieron que hay que tener catálogos preparados para repartir a los visitantes. «Los agentes comerciales no tenían información. No volverá a pasar», sentencia Diego.
Crece la exportación
El maderero es un sector que en 2013 arrojó resultados positivos. Según datos presentados este año por la Confederación Española de Empresas de la Madera (Confemadera Hábitat), el comercio exterior de productos de madera y muebles arrojó el año pasado una cifra de 2.770,5 millones de euros en ventas al exterior, lo que supone un aumento del 9,5% en las exportaciones respecto al año anterior. De esta cifra total de exportaciones, 1.603 millones de euros corresponden al sector del mobiliario, que representa una subida del 12,3% respecto a 2012. Los datos sintonizan con la realidad que vive esta empresa familiar en la que trabajan 40 personas. Desde la oficina de su taller, Diego asegura que las ventas en el mercado español se han frenado y que su próximo reto está en el proceso de exportación, que, de momento se hace a través de la página web suiza Architonic. La venta fuera de nuestras fronteras supone el 20% de Arkaia y el porcentaje restante se hace en España, a través de los dos establecimientos de Mosel. Hasta ellos peregrinan los amantes del diseño. Durante una de sus visitas a la ciudad del Guggenheim, Norman Foster entró en la tienda «y se interesó por el trabajo que hacemos en el taller». El Pritzker de la arquitectura no ha sido el único pope del diseño seducido por las creaciones de Arkaia. También Michele De Lucchi, padre de la lámpara Tolomeo, se agachó en el establecimiento bilbaíno para observar con detalle cómo eran los bajos de las mesas. Probablemente su cara reflejó asombro ante su impecable acabado.
1. Mesa 86 en nogal con proceso tximeleta. 123x110x42 cm. Precio: 2.963 euros.
Mesas numeradas
El trabajo de Arkaia como fabricante de piezas únicas se materializa en un producto basado en las formas, vetas y texturas de maderas de altísima calidad, como el nogal nacional y americano, el cerezo americano o la teca de Birmania. En el taller artesanal se crean diseños muy difíciles de fabricar por su perfección en los detalles. Para conseguirlo se apoyan en tres técnicas: La tximeleta (mariposa), un sistema de unión usado por los egipcios que ayuda a juntar tablones o grietas en las maderas de viejos árboles. Para rellenar los pequeños agujeros de la madera han creado el sistema denominadokonikoa. Su proceso es complejo y laborioso y consiste en realizar pequeños conos de madera de diferentes tamaños que se meten a presión en la madera hasta rellenar los agujeros. Cuando se quieren cerrar grandes huecos se usa erreka, que consiste en coser el tablón con pequeños palos de madera.
Más información. www.arkaia.eu
Marcela Fittipaldi
Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial
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