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Teléfono para los iraníes por Jorge Elias

Netanyahu, como antes Trump, alienta a los iraníes a deshacerse del régimen islámico, causante del descalabro económico y de la falta de libertad de su país

Netanyahu: “Ha llegado el momento de que el pueblo iraní se una en torno a su bandera y su legado histórico»

Israel e Irán se encuentran en uno de los momentos más álgidos de su historia. ¿Siempre fue así? No. La Operación León Ascendente, lanzada por el primer ministro Benjamin Netanyahu, obtuvo como respuesta la orden del ayatolá Alí Khomenei de izar la bandera roja en la mezquita Jamkaran, de la ciudad sagrada de Qom. Un símbolo chiita. Implica entereza y venganza por la sangre derramada en forma injusta. La réplica contra el territorio israelí recreó la escalada entre ambos países de abril y octubre de 2024. Una lucha sin fin por la preeminencia en el eternamente caldeado Medio Oriente.

¿La excusa de Israel? El enriquecimiento de uranio, simiente de la bomba atómica. Especialmente, en Natanz e Isfahán, entre otras ciudades. Distante primero de Netanyahu, conciliador después, Donald Trump instó a Irán a negociar “antes de que no quede nada”. En su primer mandato abandonó el acuerdo firmado en 2015 por Estados Unidos durante la presidencia de Barack Obama y otras seis potencias que limitaba el programa nuclear iraní. Un golpazo, en 2018, tanto para la economía del país persa, sancionada su comercialización de petróleo, como para Europa por los acuerdos de las compañías de ese origen con el régimen teocrático.

El llamado a la rebelión de Trump, más allá del programa nuclear, encaja ahora con el discurso de Netanyahu tras los ataques preventivos

Tras aquella decisión estallaron protestas en Irán, las más grandes desde la sospechosa reelección del presidente Mahmoud Ahmadinejad en 2009, por el descalabro económico y la falta de libertades. Trump tuiteó entonces: «El grandioso pueblo iraní ha sido reprimido durante años. Están hambrientos de comida y libertad”. Era una forma de dilapidar el legado de Obama, por un lado, y de alentar a las masas a persistir en la presión interna a pesar de la represión, por el otro. En 2022, los iraníes salieron nuevamente a la calle por la muerte de la joven kurda Mahsa Amini, detenida por la Policía de la Moral del Gran Teherán por no llevar bien puesto el velo islámico.

Días antes de la nueva escaramuza con Israel, la Seguridad Nacional de Irán, acaso avisada de la descarga israelí, paralizó la aplicación de la controvertida ley que imponía castigos severos a las mujeres que no usaran en público el hiyab y, a su vez, ejecutó a un condenado por las protestas por la muerte de Amini. ¿El delito? “Guerra contra Dios”, según el Código Penal Islámico. Una de cal y una de arena, quizá para mostrarse flexible y drástico con los suyos. La activista francesa Henda Ayari, de padre argelino y madre tunecina, descubrió su rostro por televisión. Algo impensable a los ojos de la férrea dictadura teocrática.

El llamado a la rebelión de Trump, más allá del programa nuclear, encaja ahora con el discurso de Netanyahu tras los ataques preventivos: “Ha llegado el momento de que el pueblo iraní se una en torno a su bandera y su legado histórico, defendiendo su libertad frente al régimen malvado y opresor. El régimen islámico, que los ha oprimido durante casi 50 años, amenaza con destruir nuestro país”. La defensa de Israel depende de aquellos que están disconformes con las arbitrariedades en Irán de los ayatolás, cuyo poder está conformado por el líder y los 12 miembros del Consejo de Guardianes.

Las dictaduras no caen por ataques externos sin apoyo doméstico

Las dictaduras no caen por ataques externos sin apoyo doméstico. ¿Ejemplos? Saddam Hussein en IrakMuammar Khadafy en LibiaZine El Abidine Ben Alí en TúnezHosni Mubarak en EgiptoOmar al Bashir en Sudán,  Abdelaziz Buteflika en Argelia y siguen las firmas. Eso no garantiza que la sucesión sea mejor. El respaldo foráneo inicial disminuye o, en todo caso, se limita a buscar algún pacto económico bajo el manto de la recuperación de las libertades, habitualmente relegadas en las transiciones. Menudo dilema para los nuevos gobiernos, condicionados por las deudas de gratitud.

Irán era el aliado más confiable de Israel hasta la Revolución Islámica de 1979. Hubo un punto de inflexión por la caída del sha Mohammed Reza Pahlavi, protegido de Estados Unidos. Desde ese momento, superada la toma de 52 rehenes durante 444 días en la embajada norteamericana en Teherán tras el ascenso de los ayatolás, Irán, enemigo regional de Arabia Saudita, ahora en buenos términos con Israel, se impuso sustituir a Israel por Palestina y derribar el orden mundial liderado por Estados Unidos. Una empresa difícil, si no imposible. Irán había sido uno de los que se oponía a la creación de dos Estados en la ONU en 1947.

En Israel, la mayoría ve con buenos ojos que se haya diezmado el poder de fuego de Hamas en la Franja de Gaza, de Hezbollah en Líbano y de los hutíes en Yemen, milicias sostenidas por Irán

Tras la declaración de independencia, un año después, Israel estuvo en guerra en 1948, 1967, 1973 y otros años contra EgiptoSiriaJordaniaIrak y Líbano, así como contra las milicias proxis de Irán, no en forma directa contra Irán. ¿La razón? Desde 1955, Irán comenzó a venderle petróleo a precio subsidiado a Israel, dice el libro Iran: A Dangerous Rivalry, de Dalia Dassa KayeAlireza Nader y Parisa Roshan. “Tanto antes como después de la Revolución Islámica de 1979, los intereses geopolíticos compartidos llevaron a políticas pragmáticas y, en ocasiones, a una cooperación extensa”, exponen.

El creciente antagonismo contra Israel, patente en 1967 a través la Resolución de Jartum, firmada en la capital de Sudán por el dueño de casa, EgiptoSiria, Jordania, LíbanoIrakArgelia y Kuwait para no reconocer la existencia del Estado judío, no contó con el apoyo de Irán. Tampoco afloró en 1973, cuando los Estados árabes miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) prohibieron las ventas a Estados Unidos y algunos países europeos en represalia por el apoyo militar de esos países a Israel durante las negociaciones de paz tras la guerra de Yom Kipur.

Irán no se sumó al boicot. Pasó a ser el mayor beneficiario de la crisis. Cuatro años después, en 1977, “un esfuerzo militar conjunto entre Irán e Israel denominado Project Flower se centró en el desarrollo de sistemas avanzados de misiles”, abunda en detalles el libro publicado por la organización no partidaria y sin fines de lucro Rand. Fueron seis contratos por un valor estimado en 1.200 millones de dólares. El régimen teocrático del ayatolá Khomenei, erigido tras 14 años en el exilio, echó por tierra todo vínculo con el llamado régimen sionista, así como la participación de la minoría judía en la economía del país.

En Israel, la mayoría ve con buenos ojos que se haya diezmado el poder de fuego de Hamas en la Franja de Gaza, de Hezbollah en Líbano y de los hutíes en Yemen, organizaciones sostenidas por Irán. Discrepa esa mayoría con Netanyahu por los cargos de corrupción, el afán de debilitar a la Corte Suprema en su beneficio, las fallas de inteligencia antes de la masacre terrorista en su territorio el infausto 7 de octubre de 2023 y la prolongación de la guerra por tiempo indeterminado a merced de los rehenes en la comarca palestina. La apuesta en Irán depende de una crisis interna. De los iraníes, no de los misiles ni de los drones.

Jorge Elías

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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