Espectáculos

Crítica «Príncipe Azul» por MARCELA FITTIPALDI

Príncipe Azul de Eugenio Griffero (Buenos Aires, 1936), bajo la dirección de Thelma Biral con las actuaciones de Edgardo Moreira y Fito Yanelli, es la pieza que se presenta en el Teatro Regina, subsidiado por el INT y Proteatro.

Griffero escribe Príncipe Azul en Colonia, Uruguay, y la estrena en los históricos Círculos de Teatro Abierto en Buenos Aires en los años 80, provocando una fuerte reacción porque por entonces hablar del amor entre dos personas del mismo sexo era una provocación.

Juan y Gustavo se conocieron un verano donde ellos, con sus respectivas familias, coincidieron en una playa. Ambos de 16 años, se vieron y de inmediato quedaron fascinados el uno del otro. Un amor intenso, adolescente, que vivieron apasionadamente. Muy jóvenes,  uno se internaba desnudo cabalgando mientras el otro lo esperaba admirándolo desde la orilla siendo el preludio de un fogoso encuentro amoroso. Terminadas las vacaciones, sus familias volvieron a sus rutinas y ellos se vieron forzados a separarse, pero no sin antes hacer un pacto: volverían a encontrarse allí mismo dentro de 50 años. ¡Cincuenta años!

Un pequeño muelle sobre la arena, frente al mar, es el escenario donde Juan (Edgardo Moreira) ha de encontrarse con Gustavo (Fito Yanelli). El primero en llegar es Juan, con bastón y sombrero, impecable. Es un hombre grande que trabaja en un recinto de mala muerte haciendo chistes verdes para marineros y otros personajes del lugar. Trae una petaca con whisky y cada tanto la bebe como una medicación que lo apacigua. Mientras espera al amigo, que piensa no va a venir, remeda lo que hace en su trabajo: canta, baila, payasea y cuenta su vida. Soledad, frustraciones, patética madurez. Moreira está en su papel sencillamente genial. Veraz, maduro, convincente, mostrando una ternura desarmada que desarma.

Cuando se le termina el whisky se va a comprarlo. El escenario queda vacío y ahí es cuando entra a escena Gustavo (Fito Yanelli). Otro señor mayor, igualmente vestido de impecable blanco, con su medio cuerpo paralizado y un bastón que cobra vida demostrando su carácter y personalidad. El también piensa lo mismo -que su amigo no vendrá- y comienza a narrar su vida, sus miedos. Está casado, tiene tres hijos, nietos. Es juez, un triunfador. Sin embargo, tampoco es feliz. Su mujer le ha sido infiel. Conviven sin amarse. Fito Yanelli desarrolla su personaje con limpieza, fuerte pero sin excesos. Dramático sin caer en el sentimentalismo. Todo un maestro de la gestualidad.

De pronto regresa Juan y ocurre el reencuentro imposible. Aquellos seres nada tienen que ver con lo que fueron. Son extraños conocidos. Desechos con memoria. Salvo las usuales menciones al verano, sinónimo automático de amores soleados, caballos entre las olas y jinetes hacia el mar como signos de pasión, se perciben disimulos, mentiras, medias verdades, chaturas y negaciones. Los ex amantes aunque se reconocen de entrada, no tienen agallas ni para evocar, un instante, aquel amor. Los dos impactantes monólogos se articulan en el dueto final dejando sin habla al espectador.

Una pieza cargada de emotividad y reflexiones que no se terminan al salir del teatro.

Marcela Fittipaldi

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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