
Pilotos de tormentas por Jorge Elías
Trump, al igual que Putin, Erdogan y otros autócratas contemporáneos, viene a ser una respuesta al cabreo global con el sistema

Entre tanto ismo, el mundo pasó del nacionalismo, causante de las dos guerras mundiales del siglo XX, al globalismo, latente al final de la Guerra Fría, y derrapó en el populismo. Mote ambiguo, frecuente tanto en derechas como en izquierdas. Representa la proyección de líderes cabreados con el sistema que, casualmente, se valen del sistema para monopolizar el poder. Una curiosa alquimia totalitaria, a veces bajo el alero de la democracia. Suelen jugar al límite, como quien tira de la cuerda hasta vulnerar las potestades de los otros poderes. ¿Qué otros poderes, se preguntan, si ellos representan al pueblo?
Las órdenes ejecutivas de Donald Trump, mientras barre áreas y programas estatales con la ayuda del hombre más rico del mundo, Elon Musk, son una respuesta a los anhelos de su pueblo. Lo votaron por esa razón y, también por esa razón, le extendieron un cheque en blanco para dominar los otros poderes: el legislativo y el judicial. Como apuntan Steven Levitsky, profesor de Estudios Latinoamericanos y Gobierno en la Universidad de Harvard, y Lucan A. Way, profesor de Democracia en la Universidad de Toronto, en la revista Foreign Affairs: «El autoritarismo competitivo transformará la vida política en Estados Unidos«.
En todo el mundo, en realidad.
Desde el comienzo de su segundo mandato, el 20 de enero, Trump se convirtió en el foco de la política mundial
La bronca global estalló en 2011, con la frustrada Primavera Árabe y la irrupción de los indignados españoles, después de la crisis de las hipotecas de Estados Unidos en 2008. Las sociedades, desencantadas con el declive de la democracia, no distinguen entre derechas e izquierdas. Exigen soluciones más allá del color político. El huevo de la serpiente se cobija en la polarización frente al descrédito de los políticos. Abrevan los impulsos, en ocasiones alentados por la desinformación, en el desprecio a las instituciones liberales y en un nacionalismo exacerbado. Síntomas de la baja calidad democrática, según Freedom House y The Economist.
Vladimir Putin, uno de los dueños de la baraja, hizo un experimento en 2012. Le cedió el cargo de presidente de Rusia a un títere, Dimitri Medvedev, para ejercer como primer ministro en los siguientes cuatro años. Transcurridos los cuales volvió al poder y aplastó a toda la oposición. Moraleja: lleva un cuarto de siglo de poder absoluto. En esos años se consolidaron Xi Jinping en China, Narendra Modi en India y Recep Tayyip Erdogan en Turquía. Era el prólogo de una victoria inesperada. La de Trump en 2016 con la consigna America First, revival de la crisis económica de la década del treinta y del anticomunismo de los años cincuenta.
Después de la derrota no aceptada de Trump frente a Joe Biden en 2020, Estados Unidos parecía encaminarse hacia una restauración para apuntalar el orden liberal y frenar la marea populista, observa Michael Kimmage, director del Kennan Institute del Wilson Center, en el ensayo The World Trump Wants, American Power in the New Age of Nationalism. Trump no se limitó a montarse en la ola global. Bebió de su propia fuente. La de su país, aunque significara declararles la guerra arancelaria a sus aliados más cercanos y estrechos, México y Canadá, y devolver al remitente a migrantes indocumentados a pesar del suplicio que representa.
Desde el comienzo de su segundo mandato, el 20 de enero, cuatro años después de la rebelión de los suyos en el Capitolio contra la validación de la victoria electoral de Biden, Trump se convirtió en el foco de la política mundial. Los cambios radicales, enhebrados por Musk en su afán de utilizar la motosierra que le regaló Javier Milei (otro miembro del club), alimentan algo así como una lucha de clases contra las elites liberales, urbanas y cosmopolitas en una feroz competencia contra la cooperación internacional por intereses geopolíticos y económicos. En la batalla por el poder lo único que importa es el poder, aunque se salten las reglas.
El mundo, a los ojos de esta corriente, está dividido entre la gente pura y la elite corrupta
El mundo, a los ojos de esta corriente, está dividido entre la gente pura y la elite corrupta. Si Trump se presentó en la convención republicana de 2020 como “el guardaespaldas de la civilización occidental”, Putin exaltó la idea de Rusia como un “Estado civilizado”, Modi definió a la democracia como “el alma de la civilización india” y Xi se jactó de guiar los destinos de “la única gran civilización ininterrumpida que continúa hasta nuestros días en forma de Estado”. Como se atrevió a decir el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, en Múnich, frente a los líderes europeos, “la ciudad tiene un nuevo sheriff”.
Dice Yuval Noah Harari en su libro Nexus: “Como Stalin sabía, es posible construir identidades de marca no solo para productos, sino también para individuos. Un multimillonario corrupto puede identificarse como un defensor de los pobres, un imbécil incompetente puede identificarse como un genio infalible y un gurú que abusa sexualmente de sus seguidores puede identificarse como un santo casto. La gente cree que conecta con la persona, pero en realidad conecta con el relato que se cuenta sobre la persona, y a menudo la brecha que se abre entre ambos es enorme”.
La gente, en este caso aquellos que simpatizan con Trump, conectan con su relato sobre la anexión de Groenlandia y la recuperación del Canal de Panamá, la expulsión de los inmigrantes ilegales y, de ser necesario, la disposición para batirse a duelo con los jueces que se interpongan en su camino. Una visión más cercana a la década del cincuenta que a la del treinta, heredada de los presidentes Harry Truman (el primer interesado en comprar la isla más grande del planeta, en 1946), Dwight Eisenhower (otro oferente) y John F. Kennedy. En ese mundo bipolar, la amenaza soviética sobrevolaba el tejado de la Casa Blanca.
“Trump puede parecer un heredero improbable de estos hombres y de los movimientos a los que dieron forma, impregnados de moralismo cristiano y a veces de elitismo, pero se ha erigido hábil y exitosamente no como un refinado ejemplo de las virtudes culturales y civilizatorias de Occidente, sino como su más duro defensor de los enemigos internos y externos”, señala Kimmage en su ensayo. Con su aversión al internacionalismo (otro ismo) coincide con Putin, Xi, Modi y Erdogan.
Todos ellos disfrutan con la ruptura, de modo de poner patas arriba al statu quo sin necesidad de rusificar Medio Oriente (caso Putin) ni de imponer el patrón chino en Iberoamérica, África o Medio Oriente (caso Xi) ni de extender redes en el exterior (caso Modi) ni de presionar a Irán o a los árabes para copiar el modelo turco (caso Erdogan). En cuanto a Trump, el virtual excepcionalismo (otro ismo) de Estados Unidos no requiere copias, sino voluntades propensas a respetarlo y, de ser posible, adularlo (casos Milei y Nayib Bukele).
El autoritarismo competitivo no teje alianzas, sino asociaciones
Ni Erdogan, puntal de la expulsión de los armenios de Nagorno Karabaj codo a codo con Azerbaiyán y de la ocupación de Siria, pretende reconstruir el Imperio Otomano ni Putin pretende reconstruir la Unión Soviética. Lo cual no quiere decir que, con la guerra en curso contra Ucrania, vaya a dar marcha atrás a pesar de la mediación desprolija de Trump. Putin, con la invasión iniciada en 2022 después de haberse apropiado de la península de Crimea en 2014, reescribió las reglas de las conquistas territoriales. Precedente para China en la disputa por Taiwán y para Israel en los territorios palestinos ocupados.
Según Harari, “la propaganda soviética presentaba a Stalin como un genio infalible, y la propaganda romana trataba a los dictadores como seres divinos. Incluso cuando Stalin o Nerón tomaban una decisión claramente desastrosa, la falta de mecanismos de autocorrección sólidos en la Unión Soviética y en el Imperio Romano impedía que se pudiera denunciar el error y presionar para tomar mejores decisiones”. ¿Existe ahora un contrapeso interno que frene los arrebatos de los mandatarios de turno? Las democracias, agrega Harari, mueren no solo cuando le gente carece de la libertad de hablar, sino también cuando no quiere o no puede escuchar.
El autoritarismo competitivo no teje alianzas, sino asociaciones. India mira con recelo a China, aunque formen parte de los BRICS, y Rusia no se fía de Turquía. Prima la singularidad, como ocurre con el excepcionalismo norteamericano. Trump respeta a Putin y carga las tintas contra Xi con su guerra de aranceles. La más castigada, en términos políticos, resulta ser la Unión Europea, firme en el compromiso alcanzado en otros tiempos con Estados Unidos sobre el principio de soberanía territorial. Ucrania pasa a ser el punto de inflexión por las eventuales consecuencias para sus vecinos Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, miembros de la OTAN.
La alianza atlántica, creada después de la Segunda Guerra Mundial, resulta ser la más perjudicada por la presión de Trump para que los europeos aumenten su presupuesto militar. En 1955, la pugna entre Estados Unidos y Rusia se dirimió con el Pacto de Varsovia como principal oponente. Lo firmaron los países del bloque del Este. La hecatombe soviética de 1991 derribó el paraguas bajo el cual estaba Rusia. El artículo 5 de la OTAN dicta que un ataque contra cualquiera de sus socios debe ser respondido por todos. Solo ocurrió una vez: cuando cayeron las Torres Gemelas, en 2001. Ucrania no forma parte de ese entramado, pero, a raíz de la invasión rusa, se incorporaron Finlandia y Suecia. En síntesis, más armas, menos defensa.
La renovada exigencia de Trump de mayores recursos europeos para la OTAN, como lo había reclamado en su primer mandato, marca la mayor victoria de Putin, empeñado en recuperar el poder perdido tras el final de la Unión Soviética, y en exhibir el fracaso de Occidente. Ideólogos como Alexander Dugin y el influyente grupo de expertos Izborsky Club no sólo discutían el futuro de Rusia. Tenían un plan para desmantelar la democracia liberal. En forma paralela, el Pew Research Center mostraba cómo los norteamericanos, los europeos y los iberoamericanos perdían rápidamente la fe en sus instituciones. El cambio de época rubrica otro ismo: el aislacionismo.
Marcela Fittipaldi
Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial
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