Moda

Pierre Bergé: «Dejé a Yves Saint Laurent para salvarme, no conseguía alejarle de las drogas»

El magnate Pierre Bergé, pareja de Yves Saint Laurent durante cinco décadas, junto a Valerie Trierweiler, pareja de François Hollande y primera dama francesa hasta hace unos meses. Foto: Gtres.

El diario Women’s Wear Daily lo llamaba el ‘pitbull’ de la moda, tanto por su lado autoritario como por sus míticos enfados. Durante los años de Saint Laurent en la moda, el director general, Pierre Bergé, sembraba el terror. Pero, cansada de su gestión dictatorial, la Federación francesa de la costura, que él fundó y presidía, votó su expulsión. Y bastantes periodistas han experimentado sus ataques de cólera tras plantear una pregunta con torpeza. Cinco años después de la muerte de Yves Saint Laurent, ‘el pitbull’ ha enfundado sus colmillos. «¿Le parezco un volcán? Al envejecer, el diablo se vuelve ermitaño», ironiza. En su despacho de la avenida Marceau, se muestra menos estresado. Permanece activo, pero menos tenso. Como si, más allá del dolor, la muerte de su compañero lo hubiera liberado de la angustia. «Yves no sabía vivir. No amaba la vida. Es por lo que yo le era imprescindible».
La relación con Saint Laurent 

Bergé le inyectaba energía a ese artista maníaco depresivo, del que había hecho una estrella. Lo vapuleaba, lo reprendía, pero lo retenía en el mundo de los vivos. Fue el 3 de marzo de 1976, 18 años después de su encuentro, cuando Bergé, al límite de sus fuerzas, decidió dejar de convivir con ese toxicómano al que no reconocía. Alcohol, cocaína, neurolépticos… Yves era dependiente, autodestructivo. «No abandoné la casa de la calle de Babylone con alegría. Me fui para salvarme. Me veía impotente, incapaz de apartarlo de aquello, y odiaba eso». Alquiló una suite en el Plaza Athénée, en la avenida Montaigne. Más adelante, vivió varios años en el Lutetia, no muy lejos de la calle de Babylone, antes de mudarse a la calle Bonaparte. Nunca alejado de un Yves cada vez en peor estado. Antes de que se lo llevara un tumor cerebral en 2008, con 71 años acabó dejando el alcohol, pero no los neurolépticos. «Permanecimos juntos durante 50 años». Fue una relación pasional, fecunda, trágica. «Una de las mayores historias de amor del siglo XX», cuenta Jalil Lespert, quien ha hecho de ella una película muy sensual, Yves Saint Laurent (estrenada en Francia en enero). Sobre su relación Bergé asegura: «Sí, había entre nosotros una atracción química y sexual muy fuerte». Sin embargo, hubo muchas aventuras. Bergé se encoge de hombros: «Claro que hubo infidelidades sexuales, ¡muchas! Pero eso suena burgués. Lo que nos unía era mucho más importante». En la película se ve incluso a Pierre Bergé haciendo el amor con Victoire, la musa de Saint Laurent. «Me callaré, soy un señor». ¿Hubo alguna más? Silencio y sonrisa… 

Diga lo que diga, Bergé es posesivo, y a Yves le gustaba eso. Una influencia recíproca, tan fuerte por parte del diseñador como del magnate. ¿Estuvo Bergé tentado en algún momento de caer en las drogas? «Pensé en ello… Me decía a mí mismo que podría beber, porque no me gustan las drogas. Odio perder el control. Pero preferí alejarme para protegerme».
25 años antes, con el pintor Bernard Buffet, su primer gran amor –de 1950 a 1958–, Bergé logró ser más fuerte que la adicción. En una biografía del artista, Stéphane Laurent cuenta que «Pierre salvó a Bernard de la depresión en la que se hundía (…). El consumo de medicamentos y alcohol se detuvo en seco. Por fin, Bernard fue presentable». Bergé pulió a ese artista torturado, burdo y de dudosa limpieza: «Bernard dejó de ir sucio, aceptó lavarse y cambiarse de ropa con regularidad». Bergé aún no había cumplido los 30. 
Embelleció a ese hombre y consiguió que subiera su cotización. ¿Cómo lo hizo? Audaz de nacimiento, sabe encontrar cualquier resquicio: «No forcé ninguna puerta, solo llamé a las adecuadas». Dicho de otro modo, supo negociar con algunos marchantes de arte los precios, mostrarse en los lugares adecuados y organizar fiestas fastuosas. Una experiencia que le serviría más tarde, cuando tuvo que mediatizar a su genio de la moda.
Para sacar su primera colección, empezó pasando un mal trago: «Había vendido mi piso de la calle Saint-Louis-en-l’Île para alquilar un pequeño piso de dos habitaciones, contratar a dos costureras, a una agregada de prensa, comprar tejidos… A un mes del desfile, no tenía con qué pagar». Finalmente, encontró el maná en un americano de Atlanta. A lo largo de su carrera, ha dado otros ‘grandes golpes’: el prêt-à-porter, las tiendas de la ribera izquierda del Sena, los perfumes, el desfile en el Stade de France… Olfato, mano de hierro y cabezonería. Su diabólico sentido de los negocios no tiene que ver con una estrategia. «No soy así, no creo en las maniobras retorcidas. ¿Por qué hilar tan fino? Ya no se hacen negocios con un ganador y un perdedor, está pasado de moda. Siempre he vendido al precio justo para las dos partes». Cuando, en 1993, cedió Yves Saint Laurent a Sanofi por 30 veces el valor de sus beneficios, algunos se preguntaron por sus oportunas conexiones con el poder.

La vida política
Mitterrand. Una historia importante en su vida. Incluso escribió un libro adulador tras la muerte del presidente (Inventario Mitterrand, editorial Stock), para contar su relación con el personaje, pero también para barrer las acusaciones vertidas especialmente por el Último Mitterrand, de Georges-Marc Benamou, que relata los flirteos del estadista con el antisemitismo. Cuando salió el libro, en enero de 1997, Bergé, amigo del autor –financió su revista Globe–, cogió una rabieta incendiaria. «No suelo romper, pero tampoco me reconcilio». Bergé quería a Mitterrand; había encontrado en él a un amigo erudito: «Siento no haberlo conocido antes. Como político, fue traicionado. Siempre he pensado que se diría: “Me he hecho amigo de este, pero seguro que me traiciona”. No podía tenérselo en cuenta, ya que en política te suelen traicionar. Esta ausencia de moral… Por eso, no me lancé a la política. Pero creo que no lo habría hecho mal”. Está por ver. Como él dice, «no soy alguien que vaya a chupar del bote». Bergé no está a las órdenes de nadie. Le gusta el poder, ha ejercido un buen número de cargos: productor, propietario y director de teatro (el Athénée), administrador de la Opéra Bastille, presidente del Instituto francés de la moda… Pero nunca ha ambicionado el Ministerio de Cultura. Aunque tampoco se lo han ofrecido.
Tiene enemigos feroces. Daniel Barenboim dio un portazo en la Opéra Bastille, que Bergé dirigía en 1989. El administrador se había permitido discutir su autoridad artística y su remuneración. «¡Siete millones de francos por cuatro meses de trabajo!», espeta Bergé. Sobra decir que artistas y músicos se solidarizaron con Barenboim: Boulez, Karajan, Solti, Chéreau… ¡Patrice Chéreau, al que había ayudado y producido! «Sí, me enfadé con él, estuvimos enemistados. Pero cuando vino a pedir ayuda para ‘Los rostros y los cuerpos’ en el Louvre en 2011, fui su principal mecenas». Ahora Chéreau, fallecido en octubre de 2013, no está para corroborar su historia.

La enfermedad
La muerte ronda. Bergé se confiesa menos dinámico. A sus 83 años, lo tiene todo pero también arrastra la sombra de la enfermedad. «Sufro una miopatía. No existe remedio y se agravará. Lo hace día a día. No tengo dolores, pero los músculos están muy débiles. Ya no consigo subir ni bajar escaleras. Aquí, en la casa de la avenida Marceau, tenemos ascensor y en mis casas de Deauville y Marrakech, he pedido que rebajen los escalones unos centímetros. No tiene remedio, las piernas me fallan. Hace poco, en un museo, me falló una y me caí». Nos revela su estado sin hacer un mundo de ello, solo para nuestra información. Se observa que se esfuerza en sus desplazamientos, aunque eso no le impide salir cada noche, a un estreno, a una ópera, a una cena…, y se acuesta pasadas las 12. Algún día, ya lo sabe, deberá recurrir a una silla de ruedas y algún día la atrofia alcanzará al músculo cardíaco. De momento, se alegra de poder pilotar su helicóptero: «Me monto con un taburete de tres escalones… Y una vez dentro, todo en orden». Con el mismo sentido práctico evoca la cuestión de la eutanasia: «Estoy a favor del suicidio asistido. No me gustaría tener que viajar a Suiza. Mi madre tiene 106 años y, hace tres o cuatro, deseaba morir. Lo decía con total lucidez. Le dije: “No es mi papel ni el de tu enfermera, pero puedes suicidarte”. Me contestó: “Si pudiera, lo haría”. Ahora, está sumida en un letargo. Ya no puede realizar su deseo, y yo tampoco. La pobre está atrapada por su enfermedad». Continúa: «Yo también tengo miedo de verme atrapado. Viajar a Suiza para morir, vale, pero con la condición de no sufrir antes un accidente vascular. ¿Habrá algún amigo que me lleve?».
Dominique de Roche, su mano derecha desde hace 30 años, trabaja en su nuevo proyecto: «Estoy construyendo en Marrakech un museo Yves Saint Laurent. He comprado un terreno y los arquitectos ya están manos a la obra. Será el primero».

Asistió al estreno de la película de Jalil Lespertn: «Ha sido muy duro. Pierre Niney revive a Yves de joven de una forma tan perfecta… Me dolió. Es conmovedor, increíble». Nunca intervino en el guión, pero proporcionó los vestidos. Y acabó recibiendo una llamada de Bertrand Bonello, cineasta de la otra Saint Laurent. «No estoy enfadado con Bonello, solo descontento. Le dije que hacía que yo pareciera un censor. Me parece increíble que se ruede una biografía de Yves sin contármelo. A lo mejor, mi fama de tirano lo asustó». Añade, consciente de la amenaza: «No prohibiré nada, salvo si se atenta contra el derecho moral de la obra de Yves. Por ejemplo, si los dibujos y las prendas no son las suyas». Bergé nunca baja la guardia. 




Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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