Espectáculos

Oliver Stone

Oliver Stone, 67 años. Antes de dedicarse a dirigir, hizo varios trabajos, entre ellos profesor y taxista. En esta foto y en las siguientes, lleva ropa de Giorgio Armani / MICHELANGELO DI BATTISTA
«Ya no pierdo los papeles como antes. Claro que no por ello tengo la intención de retirarme a escribir mi autobiografía”. El humor del hombre que esto dice es algo importante. Cuando Estados Unidos parecía haber hecho las paces con Vietnam en los años ochenta, él se airó, hizo Platoon y cambió para siempre la forma en la que se ruedan las guerras en el cine. Cuando el trabajo de la Comisión Warren le supo a poco, estrenó JFK (Caso abierto) y abrió una década de cultura conspiranoica alrededor del magnicidio del presidente Kennedy. La injusticia por aplacar, el entuerto por desfacer, el gigante al que abatir… todo eso ha hecho de la de Oliver Stone una carrera –que este año cumple tres décadas– inusualmente relevante en Hollywood. Y quiere más. “Todavía me pregunto por el sentido de las épocas que he vivido”, anuncia. “Todavía me enfurezco”.
Hijo de un broker republicano y judío de Wall Street y una parisiense, Stone aún sostiene que lo que importa en su oficio, el cine, es entretener. Pero es más conocido como una Lisa Simpson de 67 años: una máquina de denunciar compulsivamente, un trovador de lo que Estados Unidos no quiere oír. Ya sean las entrevistas a Fidel Castro (en el documental Comandante) y a los líderes palestinos (en la serieAmerica undercover). Ya sea el drama de los soldados de Vietnam (Nacido el cuatro de julio), de las víctimas terminales del capitalismo (Wall Street) o del Gran Pasatiempo Americano (el fútbol americano de Un domingo cualquiera). Cuando se puso en clave positiva fue para recordar que Richard Nixon también tenía sus virtudes. Tal es su capacidad para llevarle la contraria a los discursos oficiales que los herederos de Martin Luther King le bloquearon un biopic que preparaba sobre el líder de los derechos civiles, asustados de que la película hablara de un hombre de carne y hueso, adúltero y destrozado por los conflictos con su movimiento, en lugar de un orador icónico.
Hay quien dice que Oliver Stone es solo una prima donna. Es posible. No hay más que malinterpretar el motor de su creación, su rabia, por ínfulas de trascedencia. También hay quien dice que las tres medallas al valor que ganó en Vietnam le convencieron de la necesidad de dividir el mundo entre quién se lo toma en serio y quién no. Eso también es posible. Para ello, no hay más que repasar un poco la fábula de su vida: esa que empezó cuando abandonó la Universidad de Yale para enrolarse en el ejército, escribió una estrepitosa novela autobiográfica llamada El sueño de un niño y acabó en la cárcel por abusar de las drogas y el alcohol. Estos acontecimientos llevaron a Stone a convertirse en algo que cabría definir como adicto a la verdad (a una verdad, al menos). Desde entonces, cuando ha creído en una historia (ya sea algo que se vendía como cierto pero que era una demostrada patraña, como el guion de El expreso de medianoche, que él firmó, o los delirios conspiracionales de JFK), ha dado la cara.
Y el dinero. Para su proyecto más ambicioso hasta la fecha, La historia no contada de Estados Unidos –un documental de 10 horas que desmonta 70 años de historia oficial de su país–, ha sacado de su propio bolsillo uno de los cinco millones de dólares necesarios. Y para la versión definitiva de Alejandro Magno decidió unilateralmente volver a modificar la película, que fracasó en 2004, de principio a fin. Siempre es impredecible saber por dónde aflorará su rabia.

Oliver Stone combatió en Vietnam hasta 1968, primero en la 25ª división de infantería y luego en la 1ª división de caballería. Herido dos veces en combate, recibió tres medallas al valor, entre ellas la de la Estrella de Bronce /MICHELANGELO DI BATTISTA
¿Quién fue el primer destinatario de su rabia?
Mi padre, Louis, creo. Decidí ir la guerra [de Vietnam] cuando todos buscaban aplazarlo, y él era un republicano conservador que me crió en el Upper East Side con el terror por la globalización del poder militar ruso y el odio hacia el comunismo. No quería que fuera. Como todo padre, estaba en contra de la guerra. Y sobre todo consideraba que no era necesario que fuera yo, algo con lo que nunca estuve de acuerdo.
El conflicto a veces acerca. ¿Qué lleva Oliver de Louis dentro de sí?
Mi padre era un hombre honesto y trabajaba muchísimo. No era brokerpor dinero ni jugaba con los fondos de los demás. Odiaba a Roosevelt, como muchos en aquella época, porque había forzado un montón de reglas a la Bolsa y había creado un aluvión de impuestos. Pero los que vinieron después, líderes políticos como Reagan o Thatcher, lo hicieron peor, favoreciendo todo tipo de privatización sin preocuparse de construir un libre mercado verdadero. Esas políticas que nos llevaron a la locura. Al final la sociedad financiera de mi padre fue devorada por Sandy Weil, el ex administrador delegado del gigante de las finanzas Citigroup: el primer megabanquero mundial, el hombre que lo quería todo. Mi padre acabó por pagar comisión tras comisión. Y pese a ello, vi cómo siguió siendo leal a sus clientes hasta el último día. La bolsa entonces era otro mundo. Los bancos reinvertían los grandes beneficios en proyectos sociales. Nada de llevarse a los bolsillos el 70% de las ganancias como hace Goldman Sachs.
No le debió ser fácil aceptar que tenía un hijo artista.
Durante mucho tiempo pensó que solo era un vago. En un momento dado empecé a pensarlo yo también… Aunque me lo decía cuando tenía 20 años y aún no me había consolidado. No creía en el negocio del cine. Era algo más allá de su horizonte, de su visión límpida pero austera de la vida. Sin embargo, antes de morir, me dijo: “Me equivoqué. Esto de las películas funcionará, la gente irá cada vez más al cine”. Y tenía razón: en los ochenta la industria cinematográfica explotó y me pilló preparado para recoger los frutos de mi constancia. De joven tenía muchas inseguridades, pero han sido las fuerzas que me han inspirado a lo largo de mi vida. Aún no he perdido el deseo de hacer cada vez más. Todo director hace lo que hace porque se siente inseguro a la hora de afrontar la vida.
¿Por qué el conflicto y la violencia son clave en su arte?
Corrupción, gobiernos distorsionados y guerra son el corazón de mi experiencia en el mundo desde que nací. Como artista he intentado mostrar lo que veía como podía, de la manera más realista posible. La violencia es algo que conozco bien, pero no creo que mis películas sean violentas: más bien muestran los efectos de la violencia. Todas salvo una, Asesinos natos, donde quise ser grotesco e hice que los dos protagonistas mataran a 55 personas.
¿La rabia le lleva a hacer ciertas películas y no otras?
En mi caso es el género lo que cambia. Cuando estoy cabreadísimo ruedo un documental: uso la vía directa para decirlo. Si cuento una historia, en cambio, significa que estoy más tranquilo.

El palmarés de Stone es desmesurado. 21 películas y cinco documentales como director, 24 filmes como guionista, 14 como actor, 11 nominaciones al Oscar y tres estatuillas ganadas. Asistente de moda: Ilario Vilnius / Estilista: Alison Edmon @ Jed Root / Asistente de estilismo: Neal St Onge / Maquillaje y peluquería: Elle Leary @ Cloutier Remix /MICHELANGELO DI BATTISTA
Usted parece capaz de llevar bien los altibajos. Le he oído decir: “Me gusta Nixon”. Y sin embargo fue un pinchazo.
La vida es dura y conviene mirarla en conjunto. Algunos de mis filmes han tenido éxito, otros no; según por dónde soplara el viento y si en ese momento tenía suerte o no. La meditación ha influido mucho en mi manera de ver las cosas. Lástima que no la haya practicado cuando era joven… Empecé en 1993, y aunque puede ser muy frustrante, si consigues ser regular se convierte en una manera de vivir. Y en parte de ti. Me ha hecho más consciente.
¿Quién más fue importante para su inspiración?
Mi madre. Hasta para mí ha sido un descubrimiento. Si vuelve a verAlejandro Magno, lo entenderá. Cuando se estrenó, en 2004, me obligaron a dejarla en menos de tres horas y a unos tiempos de trabajo apretadísimos. Así, en 2007 ya volví a retomarla. La nueva versión que presenté en el festival de San Sebastián el año pasado es lo que tenía en mente. He retocado todo el material rodado y he propuesto un viaje totalmente nuevo, de tres horas y 26 minutos, por el alma de un hombre, desde que nace hasta que muere. De un hombre que tuvo que llegar hasta el fin del mundo para resolver el conflicto con sus padres.
Su madre, como la Olimpia de Alejandro Magno
…Fue, ¡exacto!, una mujer muy fuerte. Como mi padre. Lo cual fue para bien: si uno de los dos hubiese dominado, no habría existido ese conflicto, esa fricción dentro de mí entre padre y madre capaz de desatar una batalla que se ha convertido en mi motor. Era hijo único y, como todos, he tenido que aguantar muchas más emociones de las que gestiona normalmente un hijo. Cuando estás solo y tu vida se cae a pedazos, todo es mucho más exigente.
La separación es dolorosa. ¿Cómo ha protegido a sus hijos del final de sus matrimonios?
La primera vez estuve casado siete años, la segunda, 13, y la tercera, 18 (con la coreana Sun-Jung Jung). En la práctica es como si lo estuviera desde siempre. Soy padre de tres hijos, he tenido mis altibajos y sin duda sigo aprendiendo mucho sobre relaciones. Pero intento esmerarme en mantenerlo todo unido. A pesar de que esté muy cerca de mi hijo Sean y lo haya escuchado y ayudado, él sufrió mucho por el final de mi primer matrimonio. No fui capaz de ahorrárselo.
Sean es un director joven, exactamente como usted.
Cierto. Todavía no ha cumplido los 30 y ya busca su primer éxito, que yo obtuve justamente con su edad. Pero yo no tenía contactos en este sector, mientras que Sean siempre ha estado rodeado de directores. Francamente, no tengo claro de que sea una ventaja. Es muy peligroso tener un padre como yo: es como beber vino y acabar borracho. Y así es fácil perderse. Le deseo lo mejor. Querría que se convenciera de que no me importa lo que hace ni qué llegará a ser. Para mí solo cuenta el amor. De tal forma que, incluso si acabara en la cárcel, como ya me ocurrió a mí, estaré a su lado y le amaré por lo que es.
Usted dijo una vez: “En mi vida ha habido mucha locura, pero por suerte siempre se ha ido con el trabajo”.
Hacer películas me ha calmado, me ha dado seguridad, ha hecho salir toda la rabia que tenía dentro. Scorsese era mi profesor de Cine en la universidad (cuando volvió de Vietnam, Stone se inscribió en la Universidad de Nueva York): estaba lleno de energía, de pasión. Fue muy importante para mí. Un día me dijo: “Estuviste en Vietnam. ¿Estás lleno de rabia? Ponla en tus imágenes”. Con los años he madurado y he aprendido a transformarla en una emoción positiva, pero la rabia sirve, también para buscar la verdad que continúa cambiando mientras crecemos. Así, poco a poco, he madurado y he convertido mi rabia en algo positivo y bello. Y si de joven tenía ante mis ojos solo guerra, crímenes, corrupción y mentiras, ahora tengo antenas más sutiles: ahora son las relaciones con los demás las que ocupan el centro de mi atención.
¿Alguna inspiración nueva?
Será que estoy más cerca de la muerte… [estalla en carcajadas]. Querría rodar algo a lo Visconti, parecido a Bellíssima. Siempre me pareció extraordinaria la pasión de esa madre, y me fascinó la relación entre padre, madre e hijo. Y, además, adoro a [Anna] Magnani.

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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