Lacroix para Schiaparelli
25/08/2013
El diseñador francés vuelve a la alta costura, que abandonó en 2009, para crear una colección cápsula para la renacida firma italiana, inactiva desde 1954
Christian Lacroix. / CHRISTOPHE ROUE
Cuatro años después de acoger el último desfile de alta costura de Christian Lacroix, el museo de las artes decorativas de París se volvió a abrir para el diseñador. Allí se mostró, el pasado julio, su colección cápsula para Schiaparelli. Una colaboración que no solo marca el retorno de Lacroix a la alta costura sino también la vuelta a la actividad de una firma que llevaba cerrada desde 1954, cuando Elsa Schiaparelli (1890-1973) se retiró. Horas antes de que los invitados descubrieran un carrusel con 18 trajes que nunca se producirán, un emocionado Lacroix (Arles, 1951) ponía matices a su regreso. «Esto es una exposición más que desfile», reflexionaba. «De niño quería diseñar para teatro o cine. La moda fue, por así decirlo, un rodeo».
Un largo rodeo, ya que el diseñador francés empezó en Jean Patou en 1981 y fundó su casa seis años después. Su estilo exuberante se convirtió en el símbolo de la opulencia en los años ochenta y Bernard Arnault invirtió 8 millones de dólares para establecer su marca. De hecho, fue la única que ha creado este tiburón de la compra. Pero Arnault se cansó de esperar a los beneficios. En 2005, vendió la compañía a los hermanos Falic, propietarios de tiendas duty free, y cuatro años después la empresa se declaró en suspensión de pagos. Durante el verano que siguió a su último desfile, Lacroix se embarcó en la agónica búsqueda de un inversor. Su objetivo era convertirse en un negocio más pequeño, en la línea de Azzedine Alaïa. «Centrarnos en lo que sabíamos hacer en lugar de hacer de todo, pero ya era demasiado tarde».
Hubo contactos desesperados para evitar la intervención por las deudas. Pero el dinero nunca llegó y en noviembre de 2009 la esperanza se esfumó. Se decretó un plan de saneamiento que pasaba por reducir drásticamente la plantilla y dejar de producir prêt-à-porter femenino y alta costura para concentrarse en algunas licencias. El diseñador se negó a aceptarlo. Se marchó y la marca continuó sin él. Por eso hoy no puede producir con su nombre y se dedica al vestuario de ballet y a colaboraciones como la de Schiaparelli o la que estrenó en 2011 con Desigual.
¿Echa de menos la moda? «Nada. En esta industria 30 años es mucho tiempo. Se trata de un planeta diferente. Ahora todo es publicidad y grandes grupos peleándose. Realmente yo soy un producto de los años ochenta, cuando París hervía de gente rica y culta. Cuando los Rotschild organizaban un baile, se prohibía que se sacaran fotos. Eso sería imposible hoy. Cualquier noche en París, tienes un fondo con el nombre de un teléfono móvil… Por supuesto, me he emocionado porque todas las costureras se echaron a llorar cuando terminamos. Pero si he participado en esto se a debe que no era una colección al uso. En mi mente era como hacer un vestuario para un musical, con Elsa Schiaparelli como protagonista».
El retorno a la actividad de la casa Schiaparelli se anunció el 7 de mayo del año pasado, justo al tiempo que se inauguraba la exposición sobre la italiana y Miuccia Prada en el Museo Metropolitano de Nueva York. El empresario Diego Della Valle (propietario de Tod’s) compró la firma en 2006, pero la mantuvo en letargo hasta entonces. En aquel primer comunicado, se prometió un director creativo para el otoño pasado y una primera colección para marzo de este año, pero nunca llegaron. En su lugar,hace cinco meses se reveló que Christian Lacroix sería el primero de una serie de artistas «invitados» a revisar el legado de Schiaparelli de forma puntual. El diseñador dice no estar interesado en el cargo de director creativo, que todavía está vacante y para el que se espera un nombramiento en breve. «Mi acuerdo se acaba mañana y por eso acepté. Trabajas mucho, te encariñas con la gente, lloras un poquito y luego adiós», explica. “La idea de Diego es rendir homenaje a Schiaparelli con artista cada año. Puede ser una película, una exposición de fotos… Es una idea brillante, como los mecenas de los viejos tiempos”.
Cómo no notar el poso de amargura en el antaño vivaz Lacroix. Su madre falleció en el año 2000, fecha en la que empezó a temer que Arnault se deshiciera de él. Se embarcó en un proceso de reafirmación a través de actividades paralelas, como vestir a las azafatas de Air France. «Iba a comer dos veces al mes con Arnault y me decía: ‘Eres un genio, pero te veo como un poeta, no un hombre de negocios. Debes diseñar algo que hable a todas las mujeres’. Yo quería demostrarle que era capaz y por eso me presenté al concurso de Air France. Después la ciudad de Montpellier me pidió decorara los tranvías… Eso me ayudó a sobrevivir a las turbulencias cuando era evidente que no tenía futuro en la alta costura».
También es difícil evitar el recuerdo de la belleza de su última colección de alta costura, un estertor de creatividad que entregó 24 conjuntos en los que dominaba el negro y azul marino porque no había dinero para ricos materiales. En su humildad, resultaban exquisitos. El abandono de Arnault y la llegada de los Falic marcaron el principio de la decadencia. «Arnault nunca puso un presidente de Fórmula 1 y no teníamos ni siquiera gente de marketing… Y los Falic, después de seis meses, estaban aburridos de la alta costura. Contratamos a una mujer estupenda de Chanel para encargarse de las finanzas y un día la encontré llorando. ‘¿Qué está pasando, Natalie?’, le pregunté. Me dijo: ‘No lo entiendo. Todo el mundo me pregunta por las facturas y el dinero no llega’. Eso duró dos años. Y cada vez era peor. Todavía me fiaba de ellos, quise demostrar mi implicación y trabajé gratis durante dos años. Me deben dos millones de dólares, que me hacen mucha falta».
Lacroix no ha podido escapar de los fantasmas del pasado tampoco al enfrentarse a la herencia de Schiaparelli. Uno de sus amigos más queridos era el bordador François Lesage, que atesoraba las muestras que su madre había realizado para la italiana en los años treinta. Prodigios de imaginación que llevaban el surrealismo de la italiana a un paisaje de cuentas e hilos. Además de rendir ese homenaje, Lacroix ha querido evocar la colección de Schiaparelli dedicada al circo en 1938 y centrarse en el negro para evitar el abuso del rosa vibrante, color emblemático de la diseñadora. «Mientras trabajaba en la colección, descubrí que sin ella, no hubiera sido capaz de hacer alta costura. Para mí, encarna el ideal de la alta costura. Era muy amiga del ilustrador Christian Berard, mi ídolo, y tal vez por eso me parece que conozco tan bien a Schiaparelli. No quería ir al museo, ni entrar en los archivos, solo me he basado en mi memoria y en mis conocimientos». No quedan muchos que, como él, puedan presumir de una biblioteca de genuinos recuerdos de alta costura.
Marcela Fittipaldi
Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial
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