Dame Margaret Barbour. Con esa chaqueta moveré el mundo
20/03/2013
La mujer que convirtió un impermeable de pescadores en un icono del estilo británico nos recibe en la factoría de Simonside, al noreste de Inglaterra, para hablarnos del secreto de su éxito cuando cumple cuarenta años como presidenta de Barbour.
En la factoría de Simonside, a las afueras de South Shields, a 30 kilómetros de Newcastle, en el noreste de Inglaterra, un equipo de 150 trabajadores casi todos son mujeres se afanan en la cadena de producción cortando y cosiendo el conocido algodón verde oliva.Aquí se fabrican todas las chaquetas enceradas de la marca. Los expertos dedos ensamblan y pespuntean mangas y cuellos. El control de calidad es estricto: un agujero mal hecho en el algodón encerado (la fórmula es secreta), al igual que en el tartán escocés de los forros, diseñado en exclusiva para Barbour, puede dar al traste con horas de trabajo. Bolsillos y detalles de los remates se revisan a mano. También los hilos son impermeables. Cada chaqueta tiene un código propio. La tradición y el detalle son el lema de la casa.
Por eso, lo primero que hace Dame Margaret Barbour la actual presidenta de J. Barbour & Sons Ltd es mostrar al visitante los retratos de la familia. «Este es el punto de partida, lo primero que hay que ver para entender todo lo demás», dice. Cuatro caballeros fotografiados en blanco y negro nos miran desde la pared: el fundador, John Barbour; su hijo Malcolm; su nieto Duncan; y su bisnieto John, marido de Margaret, que murió de un derrame cerebral con 29 años, dejándola sola con una niña de dos años, Helen que hoy es vicepresidenta, y un negocio familiar de chaquetas impermeables que era un símbolo del campo inglés. «Estábamos planeando tener más hijos y me quedé destrozada», cuenta.
En este punto comienza la inusual historia de esta mujer que a sus 72 años es una institución en la sociedad inglesa. Dame Margaret Barbour, maestra de profesión y hasta entonces al margen del negocio familiar, no solo tomó las riendas de la empresa, sino que dotó a la marca de una segunda vida que la convirtió en un icono de moda, algo seguramente impensable para su fundador. «Si hubiera seguido viviendo como ama de casa, ocupándome de mi hija, no lo habría superado. John estaba muy orgulloso del negocio y me lo tomé como una misión. Tuve que aprenderlo todo», recuerda. En 1973 fue nombrada presidenta.
Las prendas que el fundador John Barbour, nacido en una granja de Galloway (Escocia), había empezado a vender en 1894, en la plaza del mercado de South Shields, con su esposa y sus 11 hijos, eran una especie de abrigo capa encerado totalmente impermeable, para los pescadores y los marineros del mar del Norte. Aquellos modelos, llamados Beacon, eran pesados y bastante pegajosos y tenían un olor muy particular. Con el tiempo, Barbour amplió su negocio a granjeros y cazadores, y los encargos llegaron desde Hong Kong, Sudáfrica o Chile. Entre los años treinta y cincuenta, sus herederos se convirtieron en proveedores de la Marina británica y diseñaron una colección de prendas para motoristas, hoy mítica, la Barbour International, que popularizó el actor Steve McQueen.
Pero el corazón de su negocio seguían siendo aquellas chaquetas verdes de algodón encerado capaces de resistir cien años. Todo el mundo las quería. Había una en cada granja, en cada casa de campo y en cada barco. «Sin embargo, la gente venía a verme y me decía: ‘Tienes unos productos fantásticos, pero tus métodos de gestión son muy pobres’. Ese fue mi primer desafío, saber hacia dónde íbamos», rememora Dame Margaret. Así, Margaret Barbour no solo tuvo que aprender el negocio, sino tomar decisiones para no quedarse en un anticuado símbolo de la vida campestre, fuera del mercado. Lo primero que decidió fue mejorar las prendas, hacerlas menos pegajosas, más ligeras e impermeables, y hacer más eficaces los métodos de fabricación. Lo segundo, lanzar más modelos. Fue así como nacieron, a principios de los ochenta, los tres modelos icónicos de la casa: el Bedale, el Beaufort y el Border, con sus forros de lana escocesa, en recuerdo de los orígenes de la familia, que al principio eran unisex y que se convirtieron en la prenda de campo por excelencia de la clase alta y media alta inglesa.
El negocio acababa de cumplir 80 años y la nuera del nieto del fundador había hallado cómo expandirlo sin perder la esencia. Tras la estela de Lady Di, que se fotografiaba siempre con uno en los veranos de Balmoral, todos los jóvenes bien de Chelsea empezaron a dejarse ver por Sloane Square vestidos de Barbour. Se convirtió en una prenda urbana y relajada, no solo campestre. La reina, el duque de Edimburgo y el príncipe Carlos le otorgaron a Barbour la licencia de proveedor real. «No hay nadie en Inglaterra que no tenga un Barbour en su armario», le dijo la reina Isabel a Dame Margaret, la quinta generación de la empresa familiar, cuando le concedió la Orden del Imperio Británico, en 2001. Hoy, casi retirada, acude tres días a la semana a su despacho y revisa algunos papeles antes de volver a sus partidas de bridge y a sus grupos de debate, según confiesa entre risas. «Afortunadamente tengo un buen equipo, muchas mujeres», bromea. Barbour emplea hoy a 600 personas, factura en torno a 140 millones de euros anuales y sus colecciones incluyen unas 2000 prendas.
XLSemanal. ¿De dónde le vino la inspiración?
Margaret Barbour. Viajando mucho. Hay que ver qué es lo que otros hacen, lo que quiere la gente. Mi madre, que enviudó poco después que yo, se ocupaba de mi hija, Helen, mientras yo viajaba y me traía un montón de ideas.
XL. Sus chaquetas se convirtieron en un símbolo del estilo inglés.
M.B. Sí, nos dimos cuenta de que la gente empezaba a usarlas no solo para el campo, sino para la vida urbana de todos los días, especialmente cuando las lanzamos en azul marino.
XL. ¿Qué significa ser «una marca británica auténtica» en un mundo globalizado?
M.B. Nosotros no importamos de China y le ponemos una etiqueta a la prenda. Todo lo que producimos como Barbour o lleva nuestra marca tiene que estar hecho por nosotros. Y si lo fabricamos en el extranjero, lo supervisamos personalmente. Las garantías reales suponen un extra de autenticidad. Y todas las chaquetas están confeccionadas aquí, en la factoría de Simonside. Nuestros valores son la durabilidad, la autenticidad y un control de calidad muy estricto. Y el servicio al cliente garantiza una reparación y un reencerado perfecto de cada chaqueta.
XL. ¿Cree que ser mujer jugó algún papel en el éxito de la compañía?
M.B. Sí, lo creo. Porque no hemos utilizado el dinero para comprarnos coches rápidos ni aviones [carcajadas]. Siempre hemos puesto el beneficio en el negocio y he tenido intuición para entender lo que la gente quiere.
XL. ¿Cómo ve el futuro? ¿Cree que la nueva generación tendrá los mismos valores?
M.B. No sé lo que van a hacer, pero me gustaría transmitirles que no hay que expandirse por expandirse ni llevar las cosas demasiado deprisa. Las personas a las que contratas las tienes en el barco contigo durante muchos años, lo cual es una responsabilidad.
XL. ¿Seguirá siendo familiar?
M.B. Sí, nunca, jamás, vamos a vender. Para nosotros es muy importante dar empleo a la gente, y con esta horrible crisis económica nunca vamos a recuperar todo lo que hemos invertido.
XL. ¿Cree que las mujeres ocupan en la sociedad el papel que merecen?
M.B. Creo que en Inglaterra, sí. No hay discriminación, aunque en algunos lugares quizá persiste en los salarios.
Todos con impermeable
No sin mi Barbour. Esa es la consigna en los últimos Glastonbury, el festival de música que se celebra todos los años en el condado de Somerset. Todo empezó hace cinco años, cuando la cantante Lilly Allen o los Arctic Monkeys decidieron protegerse de la lluvia con un Barbour. Desde entonces, Kate Moss, Peaches Geldof, Alexa Chung o Sienna Miller han convertido la clásica prenda de campo inglesa en el colmo de lo cool. «Es algo que nosotros nunca hemos buscado, pero por supuesto lo hemos capitalizado», explica Helen Barbour, vicepresidenta de la marca. En los últimos años, diseñadores como Paul Smith, el japonés Tokihito Yoshida o Alice Temperley han realizado varias colaboraciones. «Es un redescubrimiento, irónico y fuera de contexto de la nueva generación», asegura Danielle Radojcin, editora de la web de moda handbag.com.
Marcela Fittipaldi
Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial