Con Lagerfeld
15/03/2014
Lagerfeld, fotografiado en Brasil a finales de 2013, país que visitó para presentar su exposición de fotografías ‘La pequeña chaqueta negra’. / OLIVIER SAILLANT
Karl Lagerfeld es el último de una especie, la de los grandes emperadores de la modaEl prestigioso editor Godfrey Deeny ha viajado con él recientemente de París a DallasSus conversaciones desvelan la personalidad más cercana del creadorEs uno de los mayores conversadores de Europa occidental desde Oscar Wilde. Habla cuatro idiomas con fluidez. Es un icono reconocible al instante. Un reputado fotógrafo y el mejor creador de moda vivo. ¡Oh!, y además, diseña para tres conocidas firmas, principalmente para Chanel, la marca más famosa y clásica del mundo. Me estoy refiriendo a Karl Lagerfeld, alguien con quien tengo el placer de coincidir no menos de diez ocasiones cada año. En un desfile. En las presentaciones de alguna de las seis colecciones que diseña para Chanel en París. O en las dos que hace para Fendi en Milán. Otras veces en el Grand Palais, como me sucedió hace algo más de un mes en París cuando presentó sus diseños en la gran cumbre de la moda parisiense, la Semana de la Alta Costura. También le encontré en una fiesta en la Embajada de Estados Unidos que organizó Anna Wintour para Richard Baker, el nuevo propietario de los grandes almacenes estadounidenses Saks Fifth Avenue, en la que rivalizaron un plantel de diseñadores y el doble de presidentes ejecutivos para ver de cerca al nuevo empresario. Creadores como Alber Elbaz y diseñadores como Pier Paolo Piccioli y Maria Grazia Chiuri de Valentino. El diseñador de Balmain, Olivier Rousteing. Giambattista Valli y el joven y prometedor modista irlandés J. W. Anderson, envuelto de arriba abajo en oro y brocado, que acaba de entrar en el grupo LVMH. Pero Lagerfeld eclipsó a todos ellos. Así que no dudó en codearse, al tiempo que bebía sorbitos de champán, con el magnate del lujo francés François Henri-Pinault; con el presidente ejecutivo de Dior, Sidney Toledano; con el fundador de Diesel, Renzo Rosso, y con Andrea della Valle, propietario de Tod’s y Hogan, que precisamente acababa de lanzar el día anterior la marca Schiaparelli.
“No me había dado cuenta de que era taaaan alto”, bromeó Karl Lagerfeld refiriéndose a los dos metros de altura de Marco Zanini, que había debutado el lunes con Schiaparelli, la legendaria rival de Coco Chanel.
Aquella reunión tuvo lugar después de la presentación de su último y verdaderamente sorprendente desfile de moda. Las sesenta y cinco modelos llevaban zapatillas de deporte. La mayoría bajaba bailando las escaleras del Grand Palais, rebautizado esta temporada como “Club Cambon” en referencia a la calle del distrito de París en la que Coco Chanel abrió su primera tienda, decorado como el típico club nocturno de Hollywood con ambiente futurista y tecnológico.
“Hoy día, las mujeres se ponen este tipo de calzado a todas horas”, afirma Lagerfeld refiriéndose a las zapatillas deportivas. Las suyas llevan la doble C en las suelas y las hace Massaro, el artesano zapatero de Chanel, con materiales cuidadosamente elegidos como encaje o tul bordado. “Parecen tartas de crema, ¿verdad?”, dice el diseñador riéndose.
Una serie de conjuntos deportivos dejaban ver las cinturas perfectamente definidas gracias a unos corsés elásticos, consiguiendo con ello siluetas femeninas más frescas y atléticas, con partes de arriba estructuradas y faldas ligeramente acampanadas. Las rodilleras y las coderas de tejido acolchado ofrecían la imagen de una mujer entre deportista y motorista de motocross. Pero, eso sí, todas derrochando elegancia.
Dos días antes había asistido por la noche a una presentación en el estudio de Karl en Chanel. Un privilegio que solamente se concede a los críticos de moda de los principales diarios y a algunas editoras de Vogue. “Miss Choupette me despertó casi de madrugada. Estaba hambrienta. Así que no me pude volver a dormir. Sin embargo, admito que me encanta que duerma conmigo en la cama”, me explicó Lagerfeld acerca de su gata.
A los diseñadores les encantan las mascotas. Tom Ford tenía un scottish terrier. La de Donatella Versace era una cosita salvaje que se llamaba Audrey. Mientras que Yves Saint Laurent tenía cuatro bulldogs a los que siempre les ponía el mismo nombre: Moujik. Además, eran malos y gruñones.
“Esta gata es una superestrella. Los estudios Disney quieren hacer unos dibujos animados con Choupette como protagonista”, revela Amanda Harlech, alter ego del diseñador en Chanel. “Choupette representa un cambio inesperado en mi vida. Y no hay nada que me guste más que las cosas inesperadas. Para mí son vitales porque soy diseñador”.
Todos estos detalles no tendrían ninguna importancia si Karl Lagerfeld no fuera el gran creador que es. Incluso cuando está a punto de cumplir 80 años, aún puede presumir de muchas cosas buenas. Las mejores. Una prueba de ello ha sido el sorprendente espectáculo nocturno que ofreció Chanel durante la alta costura, amenizado por una orquesta de cuerdas y percusión dirigida por Sebastien Tellier.
Este ha sido el cuarto acto de Chanel al que he asistido en los últimos meses. En octubre pasado, y de nuevo en el Grand Palais, el diseñador transformó el gran salón de finales del siglo XIX en la galería de arte más grande del mundo, con una presentación de moda muy cuidada y brillante de acuerdo con las pretensiones artísticas de este gran modisto. Creó 75 “obras de arte”. Desde enormes frascos de perfume de mármol falso de nombre Insumergiblehasta gigantes lápices de labios rojos de tres metros de altura con la doble C incrustada y titulados Encrucijada de Logos, que asemejaban los trabajos artísticos de Jeff Koons.
“Es el aaarte de Chanel”, afirmaba Lagerfeld riéndose entre dientes después del desfile. “Antiguamente, los diseñadores sentían que la sociedad les despreciaba porque eran considerados meros sastres. Ahora, todos quieren ser reconocidos como artistas. Sin embargo, muchos de ellos han olvidado que su trabajo consiste nada más que en hacer vestidos. ¿O no es verdad?”.
Un mes después aterrizamos en São Paulo. En el mundo de la moda, acompañar a Karl Lagerfeld es igual que seguir el recorrido de una familia real o la gira de un artista de rock. Conlleva rodearse de multitud de seguidores y fotógrafos, sobrellevar grandes dosis de glamour y prestar diaria y constante atención a, literalmente, miles de personas. Su visita a Brasil ha marcado la penúltima secuencia de la exposición fotográfica sobre una prenda de vestir, La pequeña chaqueta negra, que se ha convertido en todo un fenómeno. Lagerfeld presentó primeramente sus trabajos en la sala de exposiciones de un edificio diseñado por Oscar Niemeyer emplazado en el Parque Ibirapuera, popularmente conocido como OCA y famoso por su cúpula en la que destacan las aberturas con forma de escotilla.
Poco antes de su llegada, Vogue había ilustrado la portada de su revista de octubre con La pequeña chaqueta negra. “La chaqueta más famosa de la historia por fin ha llegado a Brasil”, rezaba el titular.
“No he venido aquí para hacer turismo. Es un viaje de trabajo”, afirmó el modista mientras almorzábamos, atento a uno de sus siguientes proyectos y contestando emails a París con bocetos de la colección Métiers d’Artque presentaría en Dallas a principios de diciembre.
Su almuerzo aquel día en el restaurante Fasano consistió en dos platos decarpaccio de vieiras, pescado a la plancha y una coca-cola light. “No soy un gran admirador de la cocina francesa ni de sus vinos. Esa tentación no me atrae. Pero no espero que otros me imiten”, afirmó sonriendo el diseñador abstemio.
Con todo, Karl sabe ser a veces muy mordaz. Hace ya varios años se peleó con Emmanuelle Alt, directora de Vogue Francia, y desde entonces le encanta hablar mal de esa revista. Frecuentemente se comenta que en una ocasión alguien le preguntó por Vogue y él soltó: “Pensé que ya existía la versión portuguesa de Marie Claire”.
A la fiesta asistieron personajes famosos del entorno de Karl como la actriz Diane Krugger, la estilista y editora de moda Carine Roitfeld, Alex Dellal, rockero y asiduo de la alta sociedad, y la musa francesa Caroline de Maigret. A pesar de poseer grandes habilidades para conversar, a Karl le gusta, no obstante, recluirse en compañía de alguno de sus más de 300.000 libros.
“Los libros y el papel son algunas de las cosas con las que más disfruto. También con los diseños, porque siempre se empieza a partir de un boceto. Así es como supe que podía ganarme la vida con la moda. A pesar de que al principio quería ser pintor de retratos o dibujante. Así que, para mí, los libros y el papel son algo mágico. Cuando era pequeño siempre me daba miedo quedarme sin papel de dibujo. Recuerdo que un día le pedí a mi padre que me comprara y él me contestó: ‘Si estás dibujando sobre una cara del papel, también puedes hacerlo sobre la otra’. Le dije a mi padre que nunca en mi vida haría un boceto en el reverso de una hoja”, me contó Karl al tiempo que olisqueaba el libro La pequeña chaqueta negra y alardeaba del número de ejemplares, 140.000, que se habían vendido. “Probablemente es el mejor libro de fotografías de todos los tiempos”.
Su obsesión aún continúa. En cierta ocasión, después de mostrarle un ejemplar de una revista sobre moda y fútbol que había publicado –ha prestado su colaboración con unos maravillosos dibujos de estrellas como Totti, Rooney, Thierry Henry y Ronaldo–, su reacción inmediata no fue leerla. ¡Lo primero que hizo fue olerla!
Seis semanas después nos trasladamos a Dallas para la presentación deMétiers d’Art. El desfile permitió descubrir la exquisitez con la que combinó la tradición de Texas con la elegancia de la firma. Allí también descubrí que la ciudad había encontrado en Karl Lagerfeld al sustituto del mundialmente conocido y recordado J. R. Ewing, protagonista de la serie Dallas. “Esto representa una fantasía texana más romántica y sofisticada que la época de los colonizadores”, afirmó el diseñador. La colección Métiers d’Art, que ha sido concebida para rendir homenaje a los talleres artesanos que colaboran con la casa Chanel desde hace 15 años, recala anualmente y desde hace una década en un destino internacional diferente para presentar las creaciones de la firma.
Las modelos desfilaban con plumas en la cabeza, algunas con tocados como los de los jefes indios –en ocasiones con destellos color rosa y una doble “C” estampada–, y lucían vaporosas blusas blancas. Todo ello inspirado en la indumentaria del Lejano Oeste y los vestidos de la pradera.
La actriz y modelo Dree Hemingway hizo acto de presencia en dos ocasiones. La primera como “una encantadora debutante de Texas”, vestida con una falda de volantes de gasa y un corpiño con escote asimétrico cubierto de plumas rojas de gallo. Y la segunda enfundada en un abrigo de lana de cuadros ajustado a la cintura con un cinturón para cartuchos y las mangas rematadas con piel de forro, lo que Lagerfeld caracterizó como “chaparreras de brazos”.
Lo primero que veían los invitados al entrar en la fiesta que precedió al desfile era una recreación de un autocine, con una colección de coches descapotables como Buick, Cadillac y, por supuesto, Mustang, desde los que se podía presenciar la proyección del cortometraje The return, una idea escrita y realizada por el propio Lagerfeld para recordar el regreso de Coco Chanel al mundo de la moda en 1954. Karl compartió su descapotable con Anna Wintour. La película empieza con una preocupada Coco por las respuestas negativas de los directores de prensa locales. Algunos críticos franceses han opinado negativamente sobre este espectáculo. Y finaliza de forma emotiva mostrando los últimos días de Chanel muriendo sola con la única compañía de su mayordomo, que interpreta el peluquero de la casa Sam McKnight.
Después de la proyección, los invitados se trasladaron a Fair Park. Aquella semana, una tormenta de nieve golpeó Dallas, lo que dificultó el acceso a algunos edificios de la ciudad, entre ellos el monumental Museo de Artes Decorativas, más grande incluso que la plaza del Trocadero. Ya en el interior tuvo lugar el desfile, al más puro estilo vaquero, en un recinto convertido en un rodeo al que asistieron 900 invitados, entre ellos el multimillonario de la alta sociedad Lynn Wyatt y la actriz de la sagaCrepúsculo Kristen Stewart, que acababa de convertirse en la nueva imagen de la colección Métiers d’Art.
“Me sentí un poco importante cuando Karl se fijó en mí. Ahora mismo, él simboliza los cimientos del mundo de la moda. Es genial formar parte de su equipo y, eso, además, me permite asistir a todos los actos que se celebren”, me dijo Kristen Stewart.
En el Museo de Artes Decorativas de Dallas se puede ver una reproducción de La Pausa, la casa que tenía Coco Chanel en un acantilado en Roquebrune-Cap Martin, incluidas unas sillas de estilo gótico labradas en piel, un regalo, al parecer, de su amante el duque de Westminster.
“No he tenido tiempo para ir a verlo. Porque a los trabajadores no se nos permite asistir a actos culturales”, afirmó Lagerfeld riéndose.
Karl Lagerfeld es, en persona, tremendamente amable. Muy educado, le gusta estar bien informado sobre lo que le rodea. Habla con todo el mundo de igual a igual, sin importarle la clase social. Nunca le he oído levantar la voz a ninguna persona de su equipo, y le he visto hablar con Anna Wintour con el mismo timbre de voz con el que habla a la limpiadora de su casa. Es decir, con los modales de un caballero.
Aún existe un debate sobre la edad que tiene –es probable que esté cerca de los 80–, pero tengo que reconocer que de todos los octogenarios que conozco es el que mejor se conserva. Ahora no está tan delgado como cuando decidió perder 40 kilos para poder meterse en un traje sastre ajustado de la línea hombre de Dior de Hedi Slimane hace ya diez años. Pero sigue estándolo para ajustarse un pantalón texano. Últimamente viste los de su propia marca en tela vaquera negra. Pero sigue siendo fiel a sus famosas gafas y a su cola de caballo. A estas se suman las botas de tacón cubano de Massaro, camisas con cuello alto confeccionadas por su sastre favorito, Hilditch & Key, gemelos antiguos y una corbata ancha de seda. Acostumbra llevar levitas de Dior, aunque a veces le gusta cambiar esa prenda. En un desfile reciente la sustituyó por una cazadora de cuadros de Sacai. Todo un clásico, desde luego, pero siempre dispuesto a conocer y vestirse con las últimas tendencias de los nuevos diseñadores japoneses.
Traducción de Virginia Solans
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Marcela Fittipaldi
Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial
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