El nuevo rey de la alta costura en París
30/04/2013
Riccardo Tisci ha revolucionado la moda con su erótico trabajo en Givenchy
No es de extrañar que Anna Wintour haya contado con él para la exposición sobre costura y punk del Museo Metropolitano de Nueva York El hombre del momento, que acaba de crear su primer perfume, Dahlia Noir, se descubre en una reveladora conversación con la conservadora jefe de Les Arts Décoratifs en París «Preciosa”, “Extraordinaria”, titulan los medios especializados en moda sus crónicas de la última colección creada por Riccardo Tisci para la firma Givenchy. El domingo 3 de marzo de 2013, Tisci presenta en París el que será celebrado como uno de los mejores desfiles de la temporada, dentro de la cita ineludible de la Semana de la Moda. Como fondo, el cantante británico Antony Hegarty derrama sus melodías, que por sí solas imponen un tono hipnotizador a esta bella colección de extrañas resonancias visuales. “La fuerza de los gitanos se aúna con el romanticismo victoriano”, dice el programa del desfile. Una colección muy personal, concebida en forma de autohomenaje, como una pequeña retrospectiva del tiempo que Tisci lleva en Givenchy. En un escenario desnudo, las modelos se pasean a ras de suelo, casi con lentitud, trazando un inmenso dibujo, invisible pero perfectamente circular. Cinturas ceñidas para una silueta ultrafemenina o cazadoras Perfecto de cuero negro combinadas con largas faldas transparentes, bordadas, que caen sobre unos botines blandos que parecen amoldarse a los tobillos. Motivos floridos o de cuadros, declinados en encajes y cueros que aportan toques acidulados al negro predominante. La sudadera, prenda fetiche de Tisci, ya no muestra la imagen de un rottweiler enloquecido, sino una versión remasterizada, entre Bambi y Barbie, de la que se desprende una especie de hechizo bohemio hábilmente sometido a tensión para ofrecernos además un espectáculo sin igual. El traspaso de poder ha funcionado. Riccardo Tisci ha sabido imponer su legitimidad con disciplina, perseverancia y trabajo. Hace ya ocho años que fue nombrado director artístico de la casa, en el puesto que habían ocupado antes John Galliano, Alexander McQueen y Julien Macdonald. Con solo 30 años, este italiano nacido en Puglia, en el seno de una familia muy modesta, entró de pronto en el círculo de los grandes. Tras obtener su diploma de diseño en la famosa Central Saint Martins School de Londres, volvió a Italia y trabajó para Puma, luego para Antonio Berardi y después para Ruffo Research, antes de lanzar su propia marca; esta tuvo una vida breve, pero atrajo la atención del más importante grupo de marcas de lujo, Louis Vuitton-Moët Hennessy (LVMH), que le ofreció las llaves de la casa fundada en 1952 por el muy francés Hubert de Givenchy. Para satisfacer los deseos de su prestigiosa clientela, en la más pura tradición de la alta costura parisiense, Givenchy siempre ha aplicado las normas del corte de manera formal, sin ostentación, pero con gran delicadeza a la hora de escoger tejidos y colores. Hijo espiritual del maestro Cristóbal Balenciaga, Givenchy se retiró en 1995 y dejó atrás un legado intemporal, la imagen misma de un lujo elegante.
Tisci se remite a ese legado y se inspira abiertamente en él, con respeto, pero añadiendo su impronta, más original y contemporánea. Responsable hoy de las dos colecciones anuales de alta costura, así como de las cuatro colecciones para hombre y mujer, Riccardo Tisci ha introducido en la casa un romanticismo sensual al tiempo que trabaja siluetas estructuradas en las que el grafismo y la pureza de los cortes se conjugan de manera maravillosa.
Distendido, en plena forma, nos recibe en el número 5 de la avenida de George V, a dos pasos de la plaza del Alma, en el chalé en el que Hubert de Givenchy fundó su firma. Cálido y sonriente, nos da la bienvenida en la primera planta, la planta noble, en un gran salón que contiene tres sofás de cuero negro y tubos metálicos de Le Corbusier: un marco hecho de contrastes que subraya el carácter dual de su trabajo, entre tradición y modernidad.
Vestido con vaquero oscuro y camisa de cuadros grandes, el rostro realzado por una barba incipiente, conversa con nosotros lleno de sencillez y buen humor, y habla sobre los obstáculos y los mejores momentos de su trayectoria, la importancia de sus orígenes, sus sorprendentes manías y, cómo no, de moda.
PREGUNTA: Tengo entendido que usted no duerme mucho.
RESPUESTA: Mi madre siempre dice que desde que nací apenas he dormido. Con cinco horas me basta. Eso sí, es un sueño muy profundo. Luego hago muchas cosas. Siempre he pensado que si duermes, estás perdiendo el tiempo.
P: ¿Se considera obsesivo?
R: No, pero soy como un animal: necesito definir mi territorio. Soy muy ordenado, porque el orden me permite ver lo que hay dentro del desorden.
P: ¿Se trata de marcar su territorio?
R: Puede ser. Y soy una persona muy limpia. Me encanta la limpieza. He recibido una educación católica, y siempre me decían que había que lavarse las manos antes de comer. El desorden no me molesta, pero la suciedad sí. En Francia es un problema. ¿Puedo decirlo? Soy de Italia, que es un país de maniáticos de la limpieza. Mi madre y mis hermanas friegan el suelo dos veces al día. Cuando era pequeño y venía enfadado del colegio, mi madre solía decirme: “No te preocupes, ponte a limpiar”. Y me iba a ordenar mi cuarto, y es verdad que te relaja. Incluso ahora, cuando me enfado por algo, a pesar de tener personas que se encargan de la limpieza, tengo que irme a casa a poner orden. Hasta lo que diseño está organizado. Soy como un marine. Mi entrenador personal me dice que no debería ser diseñador, sino deportista. Tratar de superar mis propios límites me relaja, incluso con mi cuerpo. Si sé que el 20 es el máximo, necesito llegar al 21. Es una característica de los leo.
P: ¿Es usted competitivo?
R: Sí, pero conmigo mismo, no con otras personas. Nunca he sido envidioso. Estoy muy contento conmigo mismo. Cuando era más joven lo pasaba mal, porque yo provengo de una familia pobre, pero no tenía envidia a los demás, sino que pensaba: “Ojalá tuviera dinero para hacer eso”.
P: Y ahora que tiene dinero para hacer cosas, ¿eso ha cambiado?
R: Mi vida ha cambiado mucho, pero yo no. La felicidad está dentro de uno mismo. No es el dinero, ni la fama, ni el éxito, ni la riqueza. Es la salud y el hecho de estar con los pies en la tierra: eso es lo que hace que la gente sea feliz. Y, gracias a Dios, soy muy afortunado en ese sentido.
P: ¿Es algo que le han transmitido?
R: Sí, mi madre. El hecho de que me criara en el seno de una familia pobre y acabara teniendo éxito se debe a que el objetivo que me marqué en la vida –como era el único hombre de la familia– era ayudar a mis hermanas y a mi madre. Y lo maravilloso es que ni ellas ni yo hemos cambiado. Siempre hablamos de las mismas cosas, y no importa que aquí tenga dos ayudantes personales: cuando vuelvo a Italia y terminamos de comer, yo soy el que friega los platos, y el que va a comprar el pan al pueblo. Soy afortunado porque puedo elegir lo que quiero ser, y este mundo puede ser muy peligroso. Todo esto es muy bonito, y me pagan muy bien por expresarme, pero podría desaparecer un día. Y al final con lo que te tienes que quedar es el amor. Soy muy afortunado por todas las personas interesantes e inmensamente ricas a las que he conocido, pero algunas de ellas están muy tristes, muy solas y muy vacías. Llevan una vida fantástica, pero están en una jaula de cristal y de oro. Yo siempre he dicho que puedo perderlo todo menos el amor y a mi familia. Son las únicas dos cosas que no tienen precio.
P: ¿Siente que Givenchy es su hogar? ¿Cómo llegó a él?
R: Sí, siento que esta es mi casa. Dejé Londres después de terminar mis estudios en la Central Saint Martins, y me fui a Italia porque quería quedarme con mi madre. Empecé a hacer ropa los fines de semana. Por el día trabajaba y por la noche diseñaba. Y comencé a vender esas prendas en tiendas en Londres y Tokio. La gente empezó a prestarme atención y me llamaron de Puma y de Ruffo. Pero Ruffo entró en quiebra antes del desfile. Después de tantos sacrificios, me encontré ante dos puertas: una significaba tirar la toalla, y la otra, hacer lo que tenía que hacer. La gente que me quiere me animó. Así que me fui a India, y en dos meses había preparado una colección. Volví a Italia y organicé un desfile alternativo porque no tenía un duro. Muchos me apoyaron sin cobrar nada. Y luego nada salió como estaba previsto. De hecho, la policía paró el desfile porque era ilegal.
P: Eso me gusta.
R: A mí me encanta. Es muy “yo”. Cuando pasó, tuve mucha publicidad porque Milán es Milán, y lo que estaba haciendo era una locura. El día después de mi segundo desfile me llamó Marco Gobbetti, presidente de Givenchy, y me dijo que quería que fuera a París.
P: ¿Ayudó que él fuera italiano?
R: Sí, pero al principio no me fiaba de él. No me fío de los hombres con traje y corbata. Meses después me di cuenta de que era mi ángel de la guarda, y sigo teniendo muy buena relación con él. Es como mi padre. Todo pasó muy rápido y no entendía por qué me habían elegido. Me dieron coche privado, un taller… todo. Me trataron como no me habían tratado nunca. Al principio no sabía si me encantaba o si lo odiaba. Eso sí, Givenchy estaba destruido cuando yo llegué. No había ni fotocopiadora.
P: ¿No estaba nervioso?
R: Habían tenido muchos diseñadores antes… Sí, estaba muy nervioso. Con mis primeras colecciones en Givenchy me despellejaron. La gente estaba aterrada y dijo que era demasiado vanguardista. Dos años después, esa misma gente me adoraba. Fue una locura, pero Gobbetti me protegió y me dijo: “¿Sabes qué? Vamos a cerrar las puertas y tú sigue trabajando, que algún día te entenderán”. Eso me dio seguridad, y mi primer gran éxito –por extraño que pueda parecer– fue financiero. En la segunda temporada estábamos en 120 tiendas y algunas de las mejores del mundo. A los tres años de mi llegada, Givenchy tuvo por primera vez saldo positivo después de 25 con pérdidas.
P: ¿Por qué apostó por usted Givenchy?
R: Al principio me frustré bastante porque no entendía por qué me querían. Hice una colección de funeral con cruces enormes. La oscuridad no es algo que me asuste. Me encanta la vida y, como latino, me encanta bailar, la música, el sexo y disfrutar. Mi colección provenía de una oscuridad preciosa, no melancólica. No podía entender por qué tenía tantas deudas esa casa, porque para mí era Audrey Hepburn. Así que fui al taller y comprobé que tenían muchas cosas más que enseñar. No quería estar por encima de Givenchy, porque él es un maestro, pero la moda en 50 años cambia mucho. Al mismo tiempo, no quería luchar contra el legado, porque me sentía agradecido por la oportunidad que me habían dado. Así que intenté encontrar algo que uniera mi estilo y el suyo. Me di cuenta de que eso era mi oscuridad. El color del vestido de noche de Audrey Hepburn era mi color. El toque irónico que tenía era el mío. Y aporté la sensualidad y el romanticismo.
P :¿Ha conocido a Hubert de Givenchy?
R: Sí, soy afortunado. Cuando llegué, con zapatillas, vaqueros y camiseta, todo el mundo me miraba diciendo: “Pero ¿qué hace? Si es un diseñador de alta costura”. Yo trataba de no llamar la atención. Entendía que la gente se estaba haciendo muchas preguntas porque antes de mí había habido mucha violencia, con John Galliano, Alexander McQueen… Había muchos traumas. Las mujeres en el taller se parecían a mi madre, así que me mostré muy respetuoso y me puse a trabajar. Creo que la gente pensó: “Vale, es un poco raro, pero está trabajando mucho”. Y poco a poco empezó a ayudarme. Llevaba dos meses, traumatizado por todo, cuando me llamó Hubert. Dijo que le encantaría conocerme, que había oído cosas muy buenas de mí, y que si quería podía ir a su casa a desayunar. Ese día fue uno de los más estresantes de mi vida.
P: ¿Qué se puso?
R: Un traje, y eso que odio llevarlos. Me pareció la persona más maja del mundo. Vio que era sincero y que quería lo mejor para la casa, que no había venido a destruirla, sino a intentar que tuviera éxito. Hablamos de todo: del corazón, de las flores, de Italia –porque le encanta Italia; tiene una casa en Venecia–… de muchas cosas. Al final de ese intenso desayuno (para mí, no para él, por supuesto), me dijo: “Te voy a decir una cosa. No importa lo que hagas, pero sé tú mismo”. Me sorprendió que ese caballero tan elegante me dijera eso. Mientras hablaba, pensé: “¿Te imaginas que un día yo tenga una casa así y venga un chico joven y tome las riendas?”. Me fui con mucho coraje y por eso no me importaban las críticas. Sabía que quería hacer algo para mí mismo y para satisfacer a alguien que seguía vivo. Volvimos a hablar alguna vez y luego dejé de verlo… supongo que quiere estar tranquilo. Pero he oído varias veces que respeta lo que estoy haciendo y que está orgulloso de mi trabajo porque Givenchy ha recuperado la posición que merece. Ese ha sido el reto más importante, me entristecería que él no estuviera contento. Supongo que al principio le chocó lo que yo hacía, pero supo apreciar que la casa volviera a estar a la altura de Balenciaga, Dior, Chanel… Siempre me acuerdo de enviarle flores por su cumpleaños. En el taller soy una persona respetada, me quieren mucho y me siento protegido.
P: ¿Y qué pasa con el nombre de Riccardo Tisci? ¿Cree que habría adoptado un enfoque distinto en la moda si hubiera seguido con su nombre?
R: Sí, estoy seguro, porque cuando tienes tu propia marca, haces las cosas para ti. Pero cuando lo haces para otra persona, tienes que respetar lo que esta representa. Creo que tendría un estilo distinto, pero aun así me siento a gusto con lo que estoy haciendo porque puedo expresarme. Lo bueno fue que llegué aquí cuando no había presupuesto y todo estaba destrozado. Lo construí todo. Actualmente, Givenchy es una de las casas con más éxito de la industria. Y lo importante no es solo el dinero –aunque está claro que todo el mundo se alegra de que estemos ganando mucho dinero–, sino también…
P: El reconocimiento.
R: Sí, el hecho de que nos respeten. No se trata tanto de mí, sino de la casa, porque está teniendo mucho éxito y unas críticas buenísimas. Eso es bueno para todos los que trabajan aquí. Aunque yo no doy mucha importancia a las críticas. Simplemente son una opinión y ya está.
P: Al principio, ese aspecto fue difícil…
R: Sí, pero no guardo rencor a toda esa gente que fue agresiva conmigo. Era su opinión. Al fin y al cabo no es solo una persona la que dicta en el mundo lo que se debe llevar o no.
P: Al trabajar en el Museo de las Artes Decorativas de París, sé alguna que otra cosa sobre archivos. La mayoría de los diseñadores tienen miedo de ellos o ni siquiera quieren entrar a verlos.
R: Ya, es verdad. Pues a mí me encanta. Por lo general, todas las temporadas entro en el archivo de Hubert, me doy una vuelta y hojeo libros y fotografías. Pero para el otoño-invierno 2013 por casualidad tuve que entrar en mi archivo, donde nunca había estado, y se atesoran mis ocho años en la casa. Me quedé asombrado por el paso del tiempo. Cuando llegué aquí era joven.
P: Con 38 años, sigue siendo muy joven.
R: Ya, pero han pasado ocho años. Y me di cuenta de que había muchas cosas que quería volver a hacer. Saqué todas las formas que pensaba que me representaban, cogí muchos patrones y los mezclé. Era una celebración de mis ocho años en Givenchy. Y luego incluí algunas cosas de Hubert. Quiero interpretar el día de hoy con mi propia creatividad, pero es muy bonito echar la vista atrás. Soy un soñador.
P: ¿Y con qué sueña?
R: Con todo. Soy una persona muy positiva. Y el archivo me hace soñar, porque veo la vida que tienen esas prendas. Hay gente que las ha llevado. En cierto sentido, meterme en un archivo es como ir a la iglesia o cualquier cosa que sea una celebración del tiempo, y eso es alucinante.
P: Es coanfitrión de la exposición que el Museo Metropolitano de Nueva York dedica al punk. ¿Cómo se ha gestado ese proyecto?
R: Cuando me llamó Anna, me quedé alucinado. “Quiero hacer una exposición sobre el punk y me gustaría mucho que participaras”, dijo. Me sentí muy halagado, pero estuve a punto de decir que no. Soy tímido, no soy británico, no soy punk, y nosotros no teníamos dinero para invertir. Pero Anna, que es muy simpática, me dijo: “No creo que se trate de eso. Yo creo que como persona eres muy punk, creo que eres el diseñador más punk que hay actualmente. Si es porque eres tímido, intenta vencer esa timidez si puedes”. Vamos, que me habló como una madre le hablaría a su hijo. Y luego me dijo: “Te quiero a ti, quiero tu creatividad”. Soy muy afortunado al ser tan joven y colaborar con una institución tan importante.
P: ¿Y ha echado un vistazo a las colecciones?
R: Sí, Andrew Bolton [comisario de la muestra] hizo una amplia selección y luego yo le di algunas referencias. Anna me ha dado mucho margen para cambiar cosas, porque mi estilo es bastante fuerte, a veces tiene un elevado contenido político y mis mensajes son intensos y subidos de tono. Tenía miedo de que no cuadrara con el proyecto, pero de momento todo va bien. Hay algunas cosas que no van a poder ser, claro está, pero Anna ha estado muy receptiva.
P: ¿Le han sorprendido algunas de las piezas que ha visto?
R: Más que sorprenderme, me emocioné cuando vi obras de Helmut Lang, Comme des Garçons, Westwood o Versace. Yo empecé a trabajar cuando tenía nueve años porque mi familia no tenía recursos. Soñaba todos los días con llegar a algo. Pero jamás se me pasó por la cabeza que un día llegaría a ser lo que soy hoy. Yo estaba soñando mientras Versace elaboraba su colección de punk. No tenía dinero para comprar revistas, pero mi hermana trabajaba en una peluquería y los sábados las traía a casa. Recortaba los artículos y fotos de Versace y me hacía mi propio librito. Curiosamente, acabo de terminar de reformar la casa que le compré a mi familia, en la que viven todos, y encontré esos libritos. Me acordé de todo el tiempo que solía pasarme en mi habitación soñando con ser alguien.
P: ¿Y ahora que lo ha conseguido?
R: Por eso estaba tan obsesionado con Versace. Cuando llegué al Metropolitano para la presentación, vi un vestido de Givenchy junto al vestido de imperdibles de Versace que llevó Elizabeth Hurley y me saltaron las lágrimas. Hasta Anna Wintour estaba emocionada. Pensé: “Madre mía, si realmente crees en algo, sí que puede ser”. Fue quizá el momento más alucinante de todo este proyecto.
P: ¿Y qué piensa del arte con respecto a la moda? ¿Son dos ámbitos aislados?
Una musa para Riccardo
ANA MARCOS
La relación de amistad entre la modelo Mariacarla Boscono, de 32 años, y Riccardo Tisci se remonta a una vida previa para ambos. Aquella en la que él no era el diseñador más buscado de París y ella no era su musa. Se conocieron en una fiesta, y ella fue ya en 1999 la estrella de su desfile de graduación en la Central Saint Martins. Titulado 8:30, La procesión, en referencia a Federico Fellini y a las ocho hermanas (todas mayores que él) del diseñador. Desde entonces, la también italiana Boscono podría ser la novena, ya que le ha acompañado en casi todos sus desfiles y campañas publicitarias.
Como todo queda en familia, hasta el hijo recién nacido de la modelo aparece en la publicidad de la línea de prêt-à-porter de Givenchy esta primavera. Y estaba embarazada de tres meses cuando participó en la campaña de Dahlia Noir, el primer perfume de Riccardo Tisci para la casa. En la sesión fotográfica, de Mert Alas y Marcus Piggott, Boscono conoció al otro creador del proyecto. Nicolas Degennes es el director artístico de maquillaje y colorido de la firma francesa. “Su manera tan perfeccionista de trabajar, su curiosidad y búsqueda constante me conquistaron”, explica Mariacarla Boscono sobre Degennes. Consciente de su aspecto camaleónico, confiesa que su trabajo en la tercera campaña de la marca que protagoniza esta temporada –una línea de laca de uñas y un nuevo labial llamados Le Rouge– parte de la libertad que Tisci le ofrece en cada uno de sus encuentros. “No creo en esos anuncios que apuestan por el look natural. No estoy en contra, pero después de 17 años de trabajo he aprendido que esto, al fin y al cabo, consiste en vender sueños”.
Degennes llegó a la firma en 1999 y desde entonces se ha dedicado a recorrer el globo en busca de los expertos que le ayudaran a convertir la cosmética en una alternativa igual de experimental, lujosa y relevante para una casa dedicada tradicionalmente a la costura. “El camino que hemos iniciado sigue en paralelo los pasos de la marca en su línea de ropa”, explica, “el objetivo es que la cosmética se sitúe al mismo nivel y se comprenda desde la misma perspectiva global”.
R: Es muy pretencioso que los diseñadores digamos que somos artistas. El arte es el arte. Nosotros creamos y provocamos sentimientos. Pero la mayoría tenemos un negocio de diseño de moda, que está muy bien, pero no es arte. Aunque también es verdad que hoy día el arte está prostituido. Algunos artistas se han vuelto una especie de fábrica.
P: Mantiene relaciones de amistad con artistas como Marina Abramovic o Antony Hegarty. ¿Qué aportan las colaboraciones con ellos?
R: Antony cantó en mi último desfile porque somos muy amigos. La moda puede colaborar con el arte, pero solo si es de forma honesta. No me gusta cuando hay dinero de por medio, cuando es un negocio. Yo he hecho muchos proyectos relacionados con el arte; de hecho, Givenchy empezó a cobrar importancia en el mundo del arte antes que en la moda. Hay mucha gente del mundo del arte que me respeta, y yo respeto a muchos artistas. Me encanta todo lo que esté relacionado con sentimientos intensos y que venga del corazón: la música, la escritura, el arte… La moda no es que no me guste, sino que en mi vida privada me gustan más otras cosas.
P: Sé que colecciona zapatillas.
R: Sí, también arte. Cristal, rosarios…
P: ¿Es por el objeto o por el proceso en sí de atesorar?
R: Es el significado, la acumulación y el sentimiento que me produce. Tengo muchos rosarios. La religión católica me atrae mucho; me transporta a mi infancia y a mis raíces. Y luego colecciono cristal porque adoro la pureza, y me encanta mirarlo. Estéticamente es algo que me calma mucho, como cuando uno observa el océano. Y las zapatillas me transmiten dinamismo. También me interesa mucho la fotografía: Cindy Sherman, Robert Mapplethorpe, Marina Abramovic.
P: ¿Qué tienen en común?
R: La intensidad. Estoy obsesionado con Robert Mapplethorpe. Comparto muchas de sus fijaciones: religión, sexo, revolución, pureza, blanco y negro, romanticismo, libertad… Creo que dentro de poco me convertiré en uno de sus coleccionistas más importantes. Y últimamente he empezado con los muebles. Me interesa mucho Gio Ponti, el estilo italiano de los años setenta. Antes mi piso estaba lleno de muebles que había hecho yo mismo. Parece una locura, pero soy bastante manitas y mi cama estaba fabricada con revistas. Y la estructura en la que guardaba las piezas de cristal eran unas cajas rudimentarias que estaban por toda la casa. Hace un año terminé una relación y sentí que necesitaba un cambio, así que vendí todo lo que no era ni arte ni cosas a las que estaba muy apegado.
P: Lo limpió todo.
R: Sí. Regalé muchas cosas, y otras las vendí. He empezado a comprar para la nueva casa, y ahora estoy obsesionado con Gio Ponti.
P: ¿Y hay alguna obsesión con una mujer? ¿Hay alguna para la que diseñe siempre?
R: Hay muchas mujeres Givenchy. Es una mujer que no tiene miedo, fuerte, segura y romántica al mismo tiempo. Básicamente trato de reproducir cómo eran mis hermanas y mi madre en mi infancia. Me sentía un poco solo, ya que mi padre murió cuando yo era muy pequeño. Y mi madre y mis hermanas eran como unos guerreros que durante el día luchaban contra la sociedad, pero luego llegaban a casa y se quitaban la armadura y eran muy románticas y femeninas. Así que esa es la “mujer Givenchy” que yo reproduzco. Te puedo decir muchos nombres: Mariacarla Boscono, Madonna, Marina Abramovic…
P: ¿Todas ellas son una misma faceta de la mujer…?
R: Sí, son todas fuertes, muy seguras de sí mismas, divertidas, muy felices en su vida, sensuales y oscuras.
P: ¿Y sexuales?
R: Sí, sexuales, pero no por su estética, sino por su actitud, porque la mujer Givenchy nunca cae en la vulgaridad. Incluso en la temporada en la que se enseñó todo, hasta la ropa interior, nunca era vulgar, sino romántico. A mí no me gusta la vulgaridad.
P: ¿Y los hombres?
R: Lo mismo. Mi mujer es una mujer que está tan segura de su sensualidad, de su personalidad, de su cuerpo –aunque no necesariamente tiene que tener un cuerpo perfecto–, y es tan consciente de su sexualidad, su feminidad, que puede juguetear con el armario del hombre. Y mi hombre está tan seguro de su sexualidad, de su masculinidad, que puede juguetear con el armario de la mujer.
P: ¿Está describiéndose a sí mismo?
R: Sí. Trato de destruir todos los tabúes que tenga, por pequeños que sean.
P:¿Qué tabúes tiene?
R: No muchos, solo los que me impusieron durante mi infancia por la educación que recibí. Por vivir en un país como Italia, que es católico y hace que todo sea de puertas para adentro. Yo trato de expresar lo que siento de verdad y no tengo miedo de que me juzguen.
P: ¿Se definiría como una persona valiente?
R: Sí. Me he vuelto así con el tiempo, porque me di cuenta de que no puedes encontrar la felicidad si no miras lo que hay en tu interior. Lo bueno que tengo es que escucho mucho a los demás, y si veo algunos rasgos de mi personalidad que no están bien, intento cambiarlos. Criarse sin padre y tener que empezar a trabajar a los nueve años no es fácil. Nunca he sido una persona triste ni agresiva gracias a mi madre. Es la mayor fuente de inspiración en mi carrera, en la vida, como mujer y como… todo. Mi madre tiene 86 años y cuando mi amiga Lea T se cambió de sexo, de hombre a mujer, ella le abrió las puertas. Es muy abierta de mente. Suelo decir que la cultura no da la inteligencia, sino que es la inteligencia la que da la cultura. Mi madre apenas sabe leer ni escribir, pero es la persona más inteligente que he conocido. Aunque me he cruzado con gente muy cualificada, todavía no he conocido a nadie que me sorprendiera como mi madre. Criar a nueve hijos sola…
P: Acaba de crear su primer perfume para Givenchy, Dahlia Noir. ¿Es un tributo a ella?
R: Sí, totalmente. Empezó siendo un perfume de muchas cosas: tenía que tener algo que me recordara a mi madre, algo que fuera una celebración de las mujeres y algo que transmitiera una sensación de limpieza y pureza. Al principio se parecía a un perfume que solía llevar mi madre, que se llama Iris, de Santa Maria Novella. Y luego añadí muchos otros elementos: rosas… Y cuando la huelo, percibo todo lo que realmente quería transmitir. Recuerdo muy bien el olor de la piel de mi madre, y quería reproducir ese sentimiento.
P:¿Ella le transmitió la pasión por la música?
R: ¿La música? Le encanta. Es una mujer a la que le encanta la vida. No hubo un solo momento en mi infancia en el que la viera triste o apagada, en el que dijera “qué mala suerte tenemos”. Todas las noches solía dar gracias a Dios por lo que teníamos. Ella nos hacía creer que teníamos algo, pero en realidad no teníamos nada. Cuando los demás niños se iban de viaje, mi madre me decía: “Esas cosas son para niños pequeños. Ven, vamos a hacer jardinería”. Siempre me hizo sentir que era más maduro que los demás, nunca me hizo sentir inferior. Porque no teníamos dinero, y de hecho yo llevaba ropa de niña porque heredé la de mi hermana. Siempre que pienso en mi madre me la imagino sonriendo.
P: ¿Está muy orgullosa de usted?
R: Ni se lo imagina.
P: ¿Y ese es un éxito importante?
R: El éxito más importante para mí es que ahora sé que mi madre y mis hermanas están protegidas, que tienen una casa y no tienen que pensar en el alquiler. Ellas llevan una vida normal, trabajan en una fábrica, en tiendas… Viven también rodeadas de toda esta fama, porque hay gente que las para por la calle y les pregunta por Riccardo Tisci. Pero son puras y buenísimas. Creo que entre mi madre y yo hay mucho amor también porque me parezco a mi padre, soy igual que él, como dos gotas de agua. Nunca me han malcriado, pero soy el ojito derecho de mi madre.
P: Esa es una gran responsabilidad.
R: Sin duda. Eso es lo que me dio el coraje para irme a Londres con 17 años y hacer todo esto. No es porque no quiera decepcionar a mi madre, sino porque sé que todos hemos hecho tantos sacrificios en nuestra vida que se merece pasar estos últimos 10 o 20 años sin preocuparse por las facturas…
P: ¿Cuál es su palabra favorita?
R: “Libertad”. Es una de las pocas que no tienen precio, que nadie, independientemente de dónde esté o de quién sea, puede comprar.
Marcela Fittipaldi
Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial
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