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El encuadernador del Papa

En el taller. Mínguez, 46 años, en la tercera planta de su casa, donde ultima los libros, con un hierro grabador y un ejemplar de Crónica del rey don Pedro ya terminado.
Con 17 años Luis Mínguez ayudaba a su padre a dorar libros. Despacio se llega a donde con prisa se va, reza su método, que le gustaría enseñar en una escuela para formar jóvenes que amen los libros.
Entre el prolongado uso y la edad del aparato, el reproductor de CD ya no obedece como debiera. «No te apoyes mucho en esa mesa que salta de canción», aconsejan. Una límpida luz de la cuenca del Henares se filtra por la ventana. Huele a pieles de animales, a papel, hierro y madera. Vuela el canto gregoriano y carga el ambiente de paciencia y meticulosidad.In nomine patris, se activa la banda sonora de la jornada laboral. Doce horas o más. Casi todos los días (y algunas fiestas de guardar).
No es monasterio cisterciense ni vieja imprenta ilustrada o enciclopédica, sino la casa taller del, probablemente, mejor y más sublime encuadernador del reino. De las manos, de los dedos de Luis Mínguez Serrano (Santorcaz, Madrid, 28 de junio de 1967) afloran las más exquisitas y bellas encuadernaciones de este país, libros que él remata con camisa, estuche y epidermis de lujo y filigrana, y que acaban acariciados por santos padres, reyes, emires, sultanes y jefes de Estado como Vladimir Putin o Barack Obama. El pasado mes de abril, Don Juan Carlos y Doña Sofía regalaron al papa Francisco dos volúmenes de la obra mística de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús con el sello Mínguez, aunque él, discreto, no confirma ni desmiente que sean labor suya. A tenor de las crónicas, el Pontífice quedó maravillado. «Trabajo para organismos oficiales como el Ministerio de Cultura, y también tengo directivos de grandes empresas y gente más o menos conocida. Hace poco, un cliente compró una Biblia sefardí que le costó 1.000 euros y luego le daban 300.000 euros por ella. Le hice el estuche en su casa, por seguridad. He de ser confidencial con los nombres, entenderá», señala mientras busca un hierro para realizar un mosaico sobre las tapas de un encargo.
Vino al mundo el virtuoso sastre de los libros en la bimilenaria villa de Santorcaz, población a un salto de Alcalá de Henares (Madrid) una vez se sortean las curvas del Gurugú. De casta le viene a este galgo una profesión tan inusitada, ahora que la era táctil transforma, y en algunos sectores arruina, todo lo que toca. La actividad editorial ha descendido un 20% en tres años, según la Federación de Gremios de Editores. De acuerdo con el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros (informe de 2012), el 9,7% de los españoles dispone de un e-reader. El porcentaje de lectores que descargó libros electrónicos pasando por caja es del 32% de la población. Por el respeto reverencial hacia lo que consagra su vida, las yemas de Luis no pasan páginas de e-books, formato proscrito en su hogar. De su genealogía procede su purismo. Su padre, trabajador en el Archivo General de la Administración, encuadernador y artista gráfico, le inoculó el veneno de la bibliofilia.
Eran los felices 80 de Naranjito y de una destapada libertad de prensa. «En mi pasión influyó un amigo de la familia, crítico de arte y asesor cultural de Tabacalera, que me enseñaba catálogos de grandes encuadernadores. Al verlos perdí el seso, como don Quijote», recuerda. Ese mentor es Javier González de Vega, autor de A la sombra de Adolfo Suárez (ed. Plaza & Janés, 1996), de quien fue jefe de protocolo, y biógrafo oficial de Doña María de las Mercedes. «Luis Mínguez es extraordinario artista, pero mejor persona. Me encuadernó el libro que escribí de la madre del Rey y consiguió un resultado prodigioso. Todos los elogios se quedan cortos», califica el escritor.
Precoz observador de técnicas domésticas y ajenas, con 17 años Mínguez ayudaba a su padre a dorar libros. Con veintipocos ganó un certamen amateur en Francia haciendo un traje a una biografía de Maurice Ravel. Luego han llovido reconocimientos, aquí y allá: la Bienal de San Juan de Luz de 2003 («que es como un Campeonato del Mundo de la especialidad», comenta); el Premio Nacional de Encuadernación del Ministerio de Cultura por un aguafuerte sobre piel para Los poemas de Sidney West, de Juan Gelman, en 2008; el prestigioso galardón que otorga la saga Galván, gaditanos primorosos en este oficio desde principios de siglo… «Nosotros premiamos la regularidad, la honradez, lo bien hecho, y Mínguez es un artista al que se tiene en gran consideración», explica José Galván desde la tacita de plata. «Hay pocos talleres preparados para afrontar encuadernaciones clásicas en España». En 1992, los Galván pusieron en marcha la Asociación para el Fomento de la Encuadernación de Arte (AFEDA), que hoy cuenta con 600 miembros.

Rumbo a Japón

Con una producción constante, los libros de Mínguez viajan desde el minimalismo rural de Santorcaz hasta la suntuosidad barroca de la Roma cardenalicia o la cinematográfica biblioteca de la Casa Blanca. O a un misterioso coleccionista del Japón imperial. Pero reina la calma en este rincón complutense. En más de dos décadas trabajando calcula que no habrá encuadernado más de 250 ejemplares, dedicando el tiempo necesario a cada uno. «Despacio se llega a donde con prisa se va», reza el método Mínguez.
En verso. Chistes para desorientar a la poesía, de Nicanor Parra.

Compartimentados sus dominios entre hogar y taller, la primera planta la ocupan las estancias domésticas y una cuidada biblioteca. En el segundo piso está la primera parte del taller, allí donde construye, desmonta y restaura libros (hasta 2.000 euros si el trabajo es muy profundo). Los lava, los despoja de hongos, les injerta fragmentos con delicadeza de cirujano… Sabe mucho de limpiar cuadernillos y prensar volúmenes, haciendo unas serraduras para coserlos, a la española o a la francesa, con hilo de algodón encerado o de nilo.
Posteriormente los enloma, redondeando su curvada espina dorsal con martillo de zapatero. Alinea los cajos –pestañas donde yacerán las tapas–, encola el lomo y borda las cabezadas que unen los cuadernillos. Todo es extremadamente puntilloso. «Cualquier fallo se nota. Encartonas, pones la lomera y cubres el libro. Si haces aguafuerte trabajas por separado la piel y necesitas una máquina de presión llamada tórculo, un tipo de prensa para impresión de grabados. Esa es mi gran especialidad», se enorgullece.
En su entorno de trabajo se entremezclan tijeras, reglas, plegaderas para aplastar y pegar, cúter, ingletes, bisturíes, repujadores, prensas y pesos, mordazas, chiflas españolas e inglesas para rebajar el grosor de la piel… Ni rastro de materiales sintéticos. «Uso pieles de cabra con curtido marroquí, que cuesta unos 450 euros el metro cuadrado», aclara. «También piel de cabra de Nigeria curtida en Inglaterra, piel oasis tratada en Northampton, chagrín de grano pequeño, caribú, búfalo, pata de avestruz, oveja, lagarto, serpiente… Depende del libro. De cada piel salen dos volúmenes tamaño A4», pormenoriza al tiempo que recuerda que el pan de oro de 23 quilates viene de Alemania.
En el palomar, tercera planta, ultima el producto. Allí gofra, o sea, estampa en seco, sobre papel o en las cubiertas de un libro, motivos en relieve o en hueco, según la RAE. La utillería le cuesta unos 5.000 euros al año. Recientemente ha comprado 150 hierros de grabar de un taller que cierra. Cada vez que viaja a París o al País Vasco francés trae la maleta repleta. Desde que en los años 40 del pasado siglo la capital gala viviera el apogeo de la encuadernación mundial, Francia reina en el ramo, con Monique Mathieu entre los más reputados artistas. En España las grandes figuras del siglo XX fueron Emilio Brugalla (1901- 1987), su hijo Santiago, Antolín Palomino y los Galván.
Con pundonor y perseverancia, Mínguez goza su gran momento en un oficio en retroceso. Su talento tiene un merecido caché, mas con justiprecio. «Un aguafuerte me lleva unas 100 horas y puede costar 5.000 euros. Un libro clásico normal, entre 600 y 1.000 euros. Calcula a cuánto está la hora de trabajo. Sale más caro llevar el coche al taller», explica.
Ha encuadernado primeras ediciones de casi todo Lorca, Alberti, Caprichos de Goya, códices,Quijotes, los Chistes de Quevedo… Sin embargo, y pese a lo conseguido, hay nuevos horizontes. «Está todo por hacer. Quiero fundar una escuela, un estilo Mínguez de aguafuertes que marque tendencias, un sello inconfundible para la posteridad. No estoy por la labor de entretener a gente, a ricas de salón que quieran encuadernar. A mí dame chavales de la calle, que estén por ahí apedreando perros. Vamos a formar gente de provecho que haga libros y los ame, aunque no sepan leer». Asegura Luis que el mundo de la encuadernación se imprime con tinta oscurantista, que es una esfera hermética y llena de envidias. «La gente que se dedica a esto como hobby es de la alta sociedad. Que un chico de Santorcaz haya llegado a donde ha llegado molesta. Luego te admiran, pero al principio, ojo…», deja caer.
Exotismo. L’Atlantide, de Pierre Benoit, encuadernado en plena piel chagrín amarilla. En la imagen, con el bolsillo que protege las páginas.

En el poco tiempo que le dejan sus menesteres, juega al pádel o sale a correr, y le tira más el Atleti que el Madrid (por aquello de la cultura del esfuerzo), desapasionado del balompié y de los placeres mundanos. «Yo no querría ser Messi ni Ronaldo. A mí me hubiera gustado nacer en el Madrid Romántico o haber conocido al gran Brugalla. Trato de formar parte de ese grupo único de grandes encuadernadores. No quiero ser artesano, sino artista», proclama este torcuatogoloso (peculiar gentilicio de esta tierra, que fue hogar de los catones), casado y con dos hijos. «Mi chaval quiere ser arquitecto. Aprenderá a encuadernar porque le gusta, pero no a nivel profesional».
Hombre de fe y compromiso, ora et labora, se acuesta leyendo a Elena Poniatowska, reciente premio Cervantes, a García Márquez o incluso algún libro del papa Francisco. No tardando mucho llegará a la bendita mesilla de noche de Bergoglio otra de sus envolturas arropando, esta vez, un libro sobre Jerusalén. «Cuando termino un trabajo, sea para quien sea, antes de cubrir y meter el libro en su estuche le doy un beso», confiesa. «Para mí es como un hijo que se va».

Trabajos reconocidos

Además de Chistes para desorientar a la poesía y L’Atlantide, que ilustra este artículo, otros tomos destacan entre las obras maestras de Mínguez. Tierra quemada se alzó con el Premio José Galván en 2009, y Espectro le valió un tercer puesto en el Nacional de Encuadernación del Ministerio de Cultura, por servir de piel a Como la lluvia, de José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2009. Un año antes, había ganado el máximo galardón por Sidney West y otros poemas, de Gelman. «Fe de vida, de José Hierro, con piel de búfalo, y un Libro de firmas –piel azul real, pan de oro– para el Ayuntamiento de Móstoles por el 200 aniversario de la Guerra de Independencia también están entre los más preciados», señala él. Los precios, de 1.000 a 5.000 euros.

Más información. www.afeda.org

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

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