Moda

Jean Patchett, una diosa americana

«Una joven diosa americana vestida con la Alta Costura de París”. Así la describió el gran fotógrafo Irving Penn. Su delicado perfil, sus famosos “ojos de gacela” y su cintura mínima definieron la elegancia de los años cincuenta: estilizada, distante, perfecta. Jean Patchett encarna como ninguna otra modelo de su época los valores de esa feminidad delicada y fresca en mitad de un mundo sometido a la crudeza de la Guerra Fría. Es la modelo con más portadas de la historia. “Una supermodelo décadas antes de que se acuñara el término”, dijo de ella Jerry Ford, el propietario y fundador de la agencia más famosa del mundo. Y es que Patchett fue su primera estrella.
Una mañana de marzo de 1948, una joven alta y morena, vestida con un abrigo capa negro, confeccionado por su madre, un sombrero con velo, y pendientes, collar y pulseras de granates, entró en las oficinas de la recién creada agencia de modelos Ford de Nueva York. “Siempre recordaré la cara que puso cuando le dije que debía cortarse el pelo”, cuenta su directora Eileen Ford en sus memorias. “No me acuerdo de todo el mundo, pero de ella sí. Tenías que respirar hondo al verla incluso entonces, a pesar de su indudable apariencia de chica de campo. Cuando se quitó el sombrero, vi aquellos bellos ojos de gacela y un maravilloso lunar en la cara, que ella oscurecía con un lápiz de cejas. Era única”. Eileen le dijo a Jean que perdiera ocho kilos y volviera en un mes. “¡Eres tan grande como una casa!”, le espetó. Jean pesaba algo más de 60 kilos y aceptó el reto de buen grado. Pero fue un drama cortarse el pelo. “Solo fueron dos o tres dedos, ¡pero parecía que le habíamos quitado la sangre!”, escribe Ford.Jean firmó su primer contrato con la agencia el 10 de abril de 1948. Tenía 21 años, pesaba 51 kilos, su altura era de 1,80 y sus medidas 86-58-88. “Fue la modelo que más dinero ganó en la historia, hasta que aparecieron, décadas después, Brooke Shields o Cheryl Tiegs”, recordaba Ford: 25.000 dólares al año, 50.000 en lo más alto de su carrera. En septiembre de aquel año, hizo su primera portada para la revista Vogue. Hasta el final de su carrera, en 1963, protagonizó 40 en las revistas más importantes del mundo.Jean Patchett era una chica educada en los valores de una numerosa familia muy unida, respetuosa y sana, a la que adoraba. Había nacido en Preston, una pequeña ciudad de apenas 400 habitantes de Maryland. Su padre tenía un negocio de fontanería. A los 16 años, Jean consiguió su primer trabajo en la tienda de alimentación local. Luego se matriculó en Baltimore, con idea de estudiar en la Universidad, pero los estudios la aburrían y decidió trabajar como secretaria antes decidir que quería ser modelo. Le pidió prestados 600 dólares a su padre para marcharse a Nueva York y allí firmó un contrato con la agencia de Harry Conover. Pero se aburría mortalmente posando con las gabardinas para señoras mayores que Conover promocionaba. Así que, apenas un mes después, decidió probar suerte en la nueva agencia Ford.Eileen Ford la instaló en el Hotel Barbizon, donde residían todas sus modelos, y donde Jean se cruzaba con otras legendarias aspirantes al Olimpo de la moda y del cine como Grace Kelly, Barbara Bel Geddes, Ali MacGraw o Liza Minnelli. Tras su primera portada en Vogue, apareció en Glamour. El reportaje contaba que pasaba su tiempo libre “tomando el sol y cosiendo sus propios vestidos”. Las modelos representaban el prototipo de feminidad de la mujer americana, no solo físico y estético, sino también de actitud, modales y valores. La elegancia era altiva y refinada, distante, y la sexualidad era misteriosa, nunca explícita. Las modelos eran encarnaciones del buen gusto y la perfección y Jean Patchett era todo eso, pero además era puntual y educada, siempre respondía “sí, señora” o “sí, señor”, cuando se presentaba a editores y fotógrafos. No tenía tanta sofisticación como Dovima o Suzy Parker, las otras diosas de la época, pero aportó a la cámara lo que años después se convertiría en el valor más importante de una modelo: una belleza fuera de los cánones convencionales. Su cara era radiante, con un óvalo ancho y bien delineado, nariz pequeña y cuello esbelto. Aunque no fue solo eso lo que la convirtió en la modelo más fotografiada de Nueva York, sino una imperfección, o más bien dos: un lunar cerca de su boca, y sobre todo el que lucía junto a su párpado derecho. Esta fue su firma. Todos los anunciantes, fueran de cosmética, de joyería o de pasta de dientes querían a la chica del lunar en el párpado.Ella popularizó el look de una época: los famosos “ojos de gacela”, maquillados hasta llegar casi al arco de la ceja y resaltados con gruesas líneas de eye-liner. Esa fue la foto que captó Erwin Blumenfeld para la famosa portada de Vogue de enero de 1950: sus inmaculados labios rojos, su ojo izquierdo delineado en negro y su lunar cerca de la boca. Modelo y fotógrafo crearon un nuevo estilo de fotografía de moda: la abstracción pura del estilo. Y ella se convirtió en un icono.
Jean trabajó para los mejores fotógrafos del momento: Louise Dahl-Wolfe o John Rawlings. Pero fue, sobre todo, Irving Penn, quien captó dos de las fotografías que, junto a la de Blumenfeld, la convirtieron en una imagen eterna. La primera data de 1949 y fue una foto casual tomada en la producción de Vogue “Viaje a Lima”: Jean aparece pensativa, mordiendo su collar de perlas, sentada a la mesa de un café, con su falda corola. ¿Puede haber algo más sexy? Fue una captura espontánea, igual que otra durante esa misma sesión en la que masajea su tobillo hinchado calzado con su stiletto. Gestos femeninos que quedaron grabados en el imaginario del siglo XX y que han sido referencia para cientos de puestas en escena posteriores. Era una nueva forma de fotografiar moda: del estatismo de los años 40, se pasó a la dramatización de las poses. La modelo pensaba, soñaba, siguiendo un mínimo guión que le daba el fotógrafo y entonces él disparaba su cámara, buscando la expresión del rostro, el movimiento del cuello, la ligera gestualidad de las manos.La segunda foto icónica de Patchett e Irving Penn fue la primera portada en blanco y negro de Vogue. Los protagonistas son el rostro y el torso de Jean, casi convertidos en un objeto; una simetría rota por su mirada oblicua. Para marcar más el contraste, Jean maquilló sus labios con rímel negro. El resultado forma parte de la historia de la fotografía: en 2008, una versión firmada de “Chica en blanco y negro” se subastó en Christie’s por más de 266.000 dólares.En la cumbre de su éxito, Jean rechazaba trabajar antes de las 10 de la mañana y después de las cuatro y media de la tarde y solo lo hacía tres días y medio a la semana. Quería tener tiempo para su vida privada. “Intenté cortar mi agenda –recordaría años después–. Pero no funcionó. Así que subí mi tarifa: 50 dólares por hora”. Pero los fotógrafos y las agencias empezaron a competir por ella. Por más que Jean explicara que quería tiempo para cocinar para su marido, solo lograba aumentar su atractivo.Jean se había casado, en 1951, con el financiero de Wall Street Louis Auer V. Se habían conocido en el Stork Club, dos años antes, en unas comidas que organizaba el dueño del local para las modelos de Ford. Él le puso el apodo de Pancho. “Lo que más me gustaba de ella era su simplicidad y su pulcritud”, contaba Auer. “No sabe cuánto trabajo hay detrás de esa simplicidad –decía ella–. El pelo, el maquillaje, la ropa, los accesorios, todo cuenta. Pero lo que de verdad es esencial es la postura”. Se instalaron en el East Side de Nueva York. Jean quería quedarse embarazada, algo que nunca logró. Sus hijos, Bart y Amy, fueron adoptados a principios de los 60, cuando se retiró para dedicarse a ellos.“Era una de esas mujeres que nunca se creyó especialmente bella”, recordaba su esposo, tras la muerte de Jean en California el 22 de enero de 2002. La viveza de sus rasgos se fue apagando, pero no la elegancia de su porte y su sonrisa de niña, una de las razones por las que nunca posó sonriendo: sus dientes eran demasiado pequeños.“Tenía el equilibrio perfecto entre personalidad y anonimato que jamás hizo sombra a la ropa que lucía. Su cara podía ser mil caras”, recordaba Ford. “¡Nunca pensé que tendría retratos en las paredes del Moma de Nueva York!”, dijo una vez. Pero su destino era icónico. 

Periodista.Editora marcelafittipaldi.com.ar. Ex-editora Revista Claudia, Revista Telva España, Diario La Nación, Diario Perfil y revistas femeninas de la editorial

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *